domingo, agosto 31, 2003

Día 31. Forenses


Cuando llegaron los forenses a investigar y recoger los despojos ya se habían congregado un buen número de policías en la casa. Todo el que estaba libre se había acercado a ver el espectáculo. También en la calle una multitud de curiosos se mantenía tras las líneas que puso la policía. El juez de guardia, tan remolón cuando se trata de acudir a servicios nocturnos, movió el culo y apareció temprano cuando le comentaron la gravedad del incidente. Varios equipos trabajaban en la obtención de huellas y en la búsqueda de indicios que permitieran localizar a los responsables de semejante matanza. Todos andaban muy alterados salvo el jefe de policía, que parecía más preocupado en el aspecto que tendría cuando las televisiones lo entrevistaran. Estas ya se habían apostado detrás de las líneas y trataban de conseguir información sondeando a sus contactos.
El jefe de policía se acercó a uno de los forenses para enterarse de las últimas cifras:
“¿Cuantos cadáveres han aparecido?”
“Entre 10 y 30 cuerpos” fue la lacónica respuesta del hombre
“El margen es muy amplio. No puede ser más específico”
“Los cuerpos están desmembrados y desperdigados por toda la casa. Hemos encontrado sangre y vísceras en prácticamente todas las habitaciones, en paredes y techo, dentro y fuera de los electrodomésticos del hogar. No le puedo dar un número preciso porque tendremos que ver si los miembros sueltos pertenecen a uno o a más fallecidos” precisó el hombre. No se sentía a gusto con este trabajo. Lo normal era tener un cadáver, quizás un par pero esto era definitivamente demasiado. Nunca pensó que pudiese haber una mente tan enferma en el mundo.
“Está bien” dijo el policía. “Al menos me podrá decir cuando han muerto más o menos”
“No”
Visto que el hombre no iba a darle información el jefe se preparó para una rueda de prensa sin detalles concretos. Se acercó al juez de guardia y le preguntó si iba a declarar el secreto de sumario. La respuesta afirmativa de éste le simplificó mucho las cosas. Al menos ahora no tendría que preocuparse por dar información. El secreto de sumario le salvaría de su ignorancia. Miró hacia la ambulancia que estaba cerca de la entrada. Allí estaban tratando de calmar a los dueños de la casa. Resultaba increíble que esta gente se hubiese ido a ver una película al cine y durante ese corto espacio de tiempo alguien preparase esta matanza. Tuvo que ser una banda organizada. Sin embargo aún no habían encontrado una sola huella. Era como si esa gente hubiera estado flotando todo el tiempo mientras realizaban su macabra composición. No había pisadas ni manos en las paredes o el suelo. Nada de nada.
Fue hacia la cocina manteniéndose en el camino que habían marcado en el suelo. Un grupo de forenses estaba analizando la carne que había en la nevera. Cogían cada pedazo y lo metían en una bolsa con una etiqueta identificativa. Habían traído un montón de neveras para ir metiendo en ellas lo que encontraran. Las tripas que se encontraban en la cesta de las verduras pertenecían a dos individuos. El resto no estaba tan claro. Los tres hígados que había en la nevera y los dos corazones podían pertenecer a cualquiera de los otros cadáveres que había en la casa.
Un forense le tomaba fotos a todo con una cámara digital. Lo hacía metódicamente tratando de no dejar nada sin fotografiar. Más tarde, cuando estuvieran analizando todas las pruebas, esas fotos tendrían su importancia. El destelleo del flash tenía un efecto hipnotizador. Otro forense tenía una cámara de vídeo e iba de habitación en habitación grabando, sin detenerse en los detalles. Todos se movían como un ballet, con movimientos lentos y calculados para no estropear pruebas. Parecían revolotear alrededor de los cuerpos y la carne pero sin querer tocarla. El juez de guardia se mantenía por detrás de ellos mirando preocupado. Esta iba a ser una noche muy larga.

sábado, agosto 30, 2003

Día 30. Policías en la casa


Como él estaba tan alterado fue ella la que les explicó la situación. Les contó lo que había encontrado en su expedición por el interior de la casa. Esto provocó un nuevo acceso de gemidos del hombre, al que uno de los policías se llevó hacia su coche. Ella entró con el otro agente a la cocina. El policía deslizaba su saber profesional por la estancia. Curioseó tratando de no tocar nada y preguntó a la mujer por lo que pudieran haber tocado al entrar. Con cuidado se puso un guante y abrió la nevera. En su interior había una bandeja llena de carne. Si se observaba con atención se podía ver que eran corazones. También había más vísceras. Todo el compartimento de las verduras estaba lleno de tripas. Fuera de la nevera el panorama no era mucho mejor. Había dos cuerpos apilados sobre la mesa, degollados, aunque no había sangre en el suelo.
El policía se asomó al cuarto de la lavadora. Por allí las cosas no estaban mejor. Un montón de restos copaba la pileta y tanto la lavadora como la secadora escupían su macabra carga sobre el suelo. Incluso el agente comenzaba a ponerse nervioso. Un espectáculo como este seguro que no se encuentra todos los días. Siguieron el pasillo al cuarto del ordenador. Por el camino abrió la puerta del baño y descubrieron un cadáver que estaba desangrándose en el plato de la ducha. Otro yacía degollado sobre el lavamanos. En la habitación de invitados, sobre las dos camas, dos cadáveres más se encontraban boca abajo aparentemente descansando. Lo anómalo en estos cuerpos era que sus cabezas estaban giradas 180 grados y miraban hacia el techo con un rictus de terror absoluto en sus caras. Ahora ella y el policía iban muy juntos avanzando por el pasillo preparándose para las dos habitaciones que quedaban. El cuarto del ordenador, del que salía la música, ya había sido visitado por la mujer, que prefirió quedarse en la puerta mientras el pobre hombre, que comenzaba a descomponerse, echaba un vistazo. Sólo les quedaba el dormitorio principal con su cuarto de baño. A ella le cruzó un fugaz ruego por su cabeza. “Mi ropa no, Dios Mío”. Abrieron la puerta. Parecía que al menos aquella habitación se había librado de la matanza. Encendieron la luz. Entonces lo vieron. Las paredes estaban totalmente pintadas con sangre. Lo mismo que las cortinas. Siguieron hasta el baño del dormitorio. Allí, un cadáver estaba sentado en el retrete mientras dos más se abrazaban en la bañera aparentemente bañándose en su propia sangre. El espejo del baño estaba roto cruzado por una grieta que dejaba ver los azulejos de la pared.
Después de ver la escena, sin decirse ninguna palabra, se miraron y retrocedieron hasta la puerta de entrada de la casa. El policía fue hacia el coche y le dijo a su compañero que solicitara refuerzos, muchos refuerzos. La noche acababa de comenzar y se prometía movidita.

viernes, agosto 29, 2003

Día 29. La historia comienza aquí


La música era el único sonido que se escuchaba en la casa. Todas las luces estaban apagadas, a pesar de lo cual una suave penumbra rodeaba las distintas habitaciones, fruto de una enorme luna llena.
Unas risas acompañaron el ruido de la cerradura al abrirse la puerta. Las risas siguieron su camino hasta la cocina. Allí se tornaron en un grito desgarrado seguido por el rápido tumulto de pasos apresurados hacia la entrada de la casa. Ahora ya no había alegría, sino llanto. Se distinguía una voz masculina aunque quejumbrosa y afeminada en su tono rasgado por la sorpresa y el pánico. La otra voz, femenina, parecía más firme y trataba de imponerse y calmar el ambiente. Entonces fue cuando notaron el sonido de la música. De repente todo fue como al principio. Sólo los suaves acordes de la melodía acompañada por una voz que buscaba nuevos sentidos al vulgar instinto del amor. La pareja llegó a un acuerdo. Él llamaría a la policía y ella husmearía la casa por si todavía había alguien dentro.
Se separaron. Para ella fue un alivio. Siempre había creído que su amor por él era verdadero pero se descubrió pensando en cuánto lo despreciaba por la forma en la que había reaccionado ante esta situación. Ya nada sería como antes. Avanzaba a hurtadillas por el pasillo con todos sus sentidos alerta, tratando de escuchar el más mínimo roce procedente de cualquiera de las habitaciones, aunque los gimoteos de él al teléfono tratando de explicar a la policía lo que había visto no la ayudaban demasiado. Llegó al cuarto del ordenador, de donde provenía la música. Notó que estaba pisando líquido, de hecho casi perdió el equilibrio al resbalar sobre este. La pantalla del ordenador brillaba y eso daba un aspecto más siniestro a la habitación. Comenzó a descubrir los macabros detalles. En la alfombrilla del ratón había una cabeza que parecía mirar hacia el monitor. Por el suelo habían esparcidos restos aunque no podía precisar de cuantos humanos. También había algo que se parecía remotamente a un perro pero totalmente empapado en lo que supuso que era sangre. Entonces fue cuando se dio cuenta del hedor que había en la habitación. Apestaba a sangre, a ese dulzón aroma que inunda los mataderos. Le vinieron a la memoria imágenes de una vez en la que había visitado con el colegio, siendo niña, una granja y en el paseo por las distintas instalaciones habían estado en el matadero. Aunque no estaban matando ningún animal cuando lo visitaron y a pesar de que todo parecía muy limpio, el olor de la sangre era muy acusado. Así es como apestaba aquella habitación. No se le ocurrió encender la luz. Quizás fuese mejor así. Al menos con la luz apagada la carnicería que parecía haber ocurrido en su casa no se mostraba en todo su esplendor. Su casa, ese lugar que hasta ese momento había considerado su hogar pero en el que no quería volver a pasar ni un instante más de los precisos. Volvió a la entrada. Él seguía gimoteando. Ya había acabado de hablar con la policía. Pensó en contarle lo que había visto en la habitación pero no estaba dispuesta a soportar otro ataque de histerismo. Al menos todavía. Los segundos parecían regodearse en su corta vida y transcurrían demoledoramente lentos. Podía sentir como cada instante se alejaba. Finalmente el sonido de la sirena policial rompió el embrujo del momento y todo pareció volver a su forma natural. Salieron a la puerta a recibirlos.

jueves, agosto 28, 2003

Día 28. La boda – Cuarta parte


Como iba diciendo, tras el banquete comenzó la ceremonia de entrega de regalos. Los novios se pusieron en el escenario y la gente les iba dando toda clase de estúpidos y absurdos regalos. Había ramos de flores, cuadros horrorosos, terribles figuras talladas en madera con formas totalmente indefinidas. Yo y el americano estábamos sin habla, anonadados hasta que nos dimos cuenta que todos los regalos iban cargados de dinero: así, los ramos de flores tenían camuflados billetes entre sus hojas, los cuadros tenían los marcos forrados de billetes, las figuras de madera poseían algún agujero del que se podía extraer el dinero. Otros simplemente les daban un sobre con su aguinaldo. No sólo se regalaba sino que cada entrega iba acompañada de un pequeño discurso enfatizando algún momento cumbre de la relación de los jóvenes esposos. Por su espectacularidad llamó la atención el regalo de los vecinos de mi amigo. De repente desaparecieron todos de la sala lo que nos hacía barruntar que tramaban algo. Más tarde aparecieron todos disfrazados de pitufos (aunque algunos superaban los dos metros de altura) y cantando la canción de los susodichos enanos azules con la letra alterada. Portaban una gran mesa simplemente horrorosa, que se veía había sido tallada a mano. Depositaron la mesa en el escenario, cantaron un par de canciones en las que humillaban a la pareja, repartieron panfletos entre todos los asistentes para que pudieran corear las canciones y como mismo llegaron se fueron. La mesa tenía su superficie recubierta por un cristal y bajo este estaba depositada una cantidad ingente de dinero. Tras estos, llegó el turno del padrino y la madrina. Taparon los ojos a ambos y trajeron al escenario un paquete enorme de unos dos metros de alto por metro y medio de ancho que fue arrastrado entre varias personas. Montaron unas sombrillas y sillas y comenzó el show. En el caso de este regalo se trataba de un concurso y de acertar las pruebas obtendrían como premio su propio regalo de bodas. Todo con música de programas de televisión del tipo “El precio justo”. La prueba que más llamó la atención fue aquella en la que el novio tenía que conseguir un tampón y la novia un condón. Comenzaron a correr por la sala preguntando a todo el mundo al ritmo de una música frenética. Corre que te corre hasta que él consiguió de una chica el susodicho tampón y ella de un joven la gomita. El chico se puso rojo hasta la médula, sobre todo por las miradas que le lanzaban sus padres al saber que el inocente vástago cargaba semejante artilugio. Era un chaval de unos diez años. La verdad que un poco precoz para estos menesteres. Más tarde me enteré que había sido amañado y alguien le había dado el condón por si nadie les pasaba uno y cuando recibió la señal pactada lo entregó. Tras las pruebas que por supuesto acertaron llegó la entrega del premio. Eran un montón de cajas de cerveza Erdinger, una de las mejores cervezas de trigo del mundo. Esas cervezas se usaron en las fiestas de los días siguientes.
Acabada la entrega de regalos comenzó el baile que por supuesto abrieron los novios. Tras este baile había que pagar unos € 15 por bailar con ambos, y todo el mundo se prestó ya que al parecer es una de sus tradiciones y sirve para recolectar dinero para los novios. El baile continuó hasta bien entrada la noche y acabamos borrachos como cubas sentados en el suelo del local, rodeados de velas encendidas y coreando canciones típicas alemanas.
En fin, una experiencia alucinante.

miércoles, agosto 27, 2003

Día 27. Elke 5 jaar een uitstrijkje


Amadas amigas, ¿estáis pensando en veniros a vivir a los Países Bajos? ¿Os reconcome por dentro la curiosidad y queréis saber como funciona el primer mundo en cuestiones ginecológicas? Habéis llegado al lugar adecuado porque hoy tendréis todas las respuestas a vuestras dudas.
El título del mensaje de hoy se podría traducir libremente como “Cada 5 años un repasillo al chochillo”. ¿Sorprendida? ¿Asustada? ¿Flipada? Pues sí, las mujeres nórdicas son más resistentes que las latinas y no tienen que pasar revisiones anuales. Con un chequeo cada lustro van listas. Hoy he estado en mi médico y en la sala de espera he visto el cartel con el calendario y he recordado que esta es una de las costumbres bárbaras que más llaman la atención a las féminas españolas. No sólo se pasa la ITV conejil cada 5 años sino que el primer chequeo se realiza a los 30 años, con lo que aquellas de vosotras nacidas en 1973 habríais recibido durante el mes de Enero la primera visualización de los intríngulis de vuestro potorro por un profesional de éste campo (no quiero decir que vuestros compañeros/amantes/maridos/novios no sean profesionales, pero lo son a otro nivel). Para haceros la experiencia menos traumática y más familiar, en lugar de ir a la consulta del profesional éste se instala en la consulta de vuestro médico de cabecera y pasáis la revisión allí y no en esas consultas llenas de extraños y aterradores aparatos. Es más, vuestro médico de cabecera lo puede asistir y echar un vistacillo a esos papayos maduros. Por supuesto esto implica que la elección de profesional de la rama ginecológica no existe y tenéis que apechugar con el que vuestro médico de cabecera tenga en estima. Imagino que el médico reza todo el año para que llegue Enero y poder disfrutar en el frío invierno Nórdico de los calores producidos por las vistas de esos chichis frescos y apetitosos. Por la misma razón, en Junio huye de su consulta ya que les llega el turno a los chuminos nacidos en 1943, órganos que cumplen sesenta años durante el presente y que asisten a su última revisión profesional. Imagino que en ella se les dirá a esas mujeres que se acabó, que su flor de los secretos está ya marchita y que deberían dejar de usarla salvo para excreciones urinales y por supuesto dejar de asustar a los pobres médicos con sus visitas.
Éste mes de septiembre se presenta el grupo de coños nacidos en 1953 que dicen fue una cosecha muy buena, con categoría de Excelente. Una generación que maduró bajo la influencia hippie que provocó que estos pajaritos por primera vez picotearan de más de una fruta, se volvieron libres y volaron salvajes por toda Europa. Pero el tiempo no perdona amigas, y esas fuentes del placer de los setenta son los chochos pelaos de comienzos del siglo XXI, cansados tras 50 años de uso intensivo, habiendo alcanzando o superado ya el punto de desarrollo máximo e involucionando despiadadamente.
La próxima vez que vayáis a vuestra revisión anual con vuestras amigas, libres para elegir el ginecólogo que queréis y estéis en la consulta esperando que os llegue el turno pensad que un poco más al norte, en el centro de Europa, en la cuna de la civilización occidental, las mujeres no tienen las posibilidades de elección que tenéis vosotras y disfrutarán de ese servicio que os proporciona la sanidad pública sólo un 20% de las veces que lo disfrutáis vosotras. Y si por casualidad estáis pensando en mudaros a estas tierras, no perdáis vuestra tarjeta de la Sanidad Pública ni el contacto con vuestro ginecólogo porque volveréis a él igual que el turrón El Lobo “vuelve a casa por Navidad”.

Día 26. Bebido


Señores, hoy estoy bebido y no me apetece escribir. Les prometo una doble ración para mañana. Sigan jugando al juego de google. Ya saben, las palabras más viciosas que den como resultado Distorsiones puntúan más.

lunes, agosto 25, 2003

Día 25. El juego


Entramos en la semana final de esta tanda veraniega y hoy quiero plantearos un juego y algunos deberes. Empezando con los últimos tenéis que hacedme un favor: quiero poner nombre a esta tanda de mensajes.
Por ahora me gusta “31 días” pero estoy abierto a sugerencias. Aquellos que quieran aportar su granito de arena tendrán que poner su opción en los comentarios de este mensaje (mirad un poquito más abajo) o mandarme un correo (ya sabéis a donde).
La historia del juego es la que sigue: mirando las palabras por las que se puede encontrar mi Web en Google, he encontrado la siguiente lista ordenada por la posición en la que aparecen en el buscador:
1 chochillos
2 niñas mostrando el coño peludo fotos
5 boluda subnormal
6 valla pedazo de tetas
6 braguitas sucias doce fotos
7 calzoncillos con relleno
9 niñas mostrando bragas en la calle
9 japonesas imagenes bañador

De lo que se trata es de encontrar la combinación más cachonda que devuelva Distorsiones (www.distorsiones.com o distorsiones.blogspot.com ).
Cuanto más alto en la lista de resultados, más puntos se acumulan. Cuantas menos palabras se necesitan, más puntos. No cuentan los artículos y las preposiciones. En los ejemplos anteriores tendríamos el siguiente número de palabras: 1-5-2-3-4-2-4-3. En esos ejemplos la puntuación más alta la tendría chochillos, la segunda más alta sería “boluda subnormal” y la tercera “valla pedazo de tetas”.
Así que animaos, empezad a buscar, y poner vuestros resultados en los comentarios de esta entrada o mandadlos a mi dirección de correo habitual.

domingo, agosto 24, 2003

Día 24. El Retonno


No tengo el cuerpo de escribir así que comentar que ya estoy en Holanda. El viaje de regreso fue bien, salvo por el pequeño detalle del despegue en el que nada más despegar recogen el tren de aterrizaje y las compuertas al cerrarse hicieron un ruido horroroso. Uno de los 392 holandeses que volaban conmigo (393 + tripulación en un MD-11 solo con clase turista) gritó God verdomme! (¡me cago en Dios en cristiano!) y no fue para menos. Al aterrizar, los frenos de las ruedas parece que andaban un poco gastados y cada vez que el tipo frenaba se te cortaba la digestión.
Esta semana tengo a Pablo unos días en mi casa, así que quizás tengamos un MI VIDA CON UN COREANO próximamente.

sábado, agosto 23, 2003

Día 23. Sones marinos


Salvo estos tres últimos años toda mi vida he vivido junto al mar. Por las noches cuando me acostaba era lo más natural del mundo escuchar las conversaciones marinas, esos susurros con los que el mar nos cuenta cosas. El océano Atlántico nos habla a través de sus costas. Tiene muchas cosas que decir y de muy diferente manera. En primavera chasquea alegre con mares relajadas que golpean la costa de una forma continua y generan un murmullo sin fin. En verano llega la quietud y el mar remolonea casi silenciosamente acariciando la costa sin descanso, tocándola cual amada. Es este el más silencioso de los mares aunque por las noches, en la quietud de la oscuridad aún se le puede oir cantando su canción. Hacia el final del verano llegan las mareas del Pino, grandes olas agrupadas en tandas que golpean la costa con su tam-tam rítmico. Estas olas generan un ritmo que se puede seguir, y se respetan unas a otras no golpeando la costa hasta que el sonido de la anterior se ha convertido en un eco apagado. Son estas olas alegres que anuncian la llegada de los mares del otoño. Olas más formales, más bullangueras y agresivas que castigan la costa sin descanso generando graves cantos que contaminan el silencio de la noche. Son estos mares mis favoritos. El agua se vuelve más oscura y fría y su sonido se adapta al nuevo disfraz. La caja de ritmos que es el océano se torna oscura y sincopada. Cada cierto tiempo una ola rompe el ritmo y su sonido viaja por los aires nocturnos como un desafío a los que lo escuchan. En el invierno el mar se oscurece aún más si cabe y su sonido desciende unas octavas hablándonos con esa voz ronca. Es este un mar frío.
Hay también diferencias entre las mareas. El mar de la marea llena es agresivo y juguetón, sabedor de su fuerza. Tiene el desparpajo y la desvergüenza suficiente para desafiarnos. Sin embargo el mar de las mareas bajas es más tímido y tranquilo, parece querer pasar desapercibido y no llamar nuestra atención.
Hay diferencias también entre las diferentes costas. El mar que golpea en playa balbucea más que habla, tropiezan sus palabras en la arena y le cuesta expresar sus sentimientos. A veces no se puede distinguir las palabras de una ola de las que le preceden y suceden. El mar que golpea las rocas expresa claramente sus intenciones. Sus frases tienen un comienzo y un final y es muy sencillo distinguir las frases de una ola de la siguiente.
Finalmente hay otro mar que no solo habla, sino que es escuchado y al que se le responde. Es el mar que golpea en las playas de cayados, las playas que en lugar de arena tienen piedras. Esas piedras ruedan alegremente al llegar la ola hacia la costa y vuelven al mar al recogerse ésta. Mientras caminan cantan su canción de una forma despreocupada y alegre. Recuerdo las noches en el camping de Tauro en las que trataba de comprender lo que tenían que decirse los unos a las otras, trataba de averiguar que es tan importante para que estén durante tanto tiempo hablando. Nunca lo conseguí, pero no pierdo la esperanza de aprender ese idioma ... algún día.

viernes, agosto 22, 2003

Día 22. Vuelta a casa



El trámite en la comisaría se hizo eterno. Primero la espera en el parque y luego las interminables sesiones de preguntas, siempre las mismas, siempre en el mismo orden. Ellos querían saber, pero los chicos no tenían respuestas. Encontraron el ojo casualmente, por azar, por estar en el lugar inadecuado en el momento inoportuno. Pudo ser cualquier otra persona pero fueron ellos.
Las preguntas se repetían sin cesar:
- ¿Qué hacíais en el parque?
- ¿Quién lo vio primero?
- ¿Lo habéis tocado o cambiado de sitio?
- ¿Visteis a alguien sospechoso en el lugar de los hechos?
Una y otra vez a todos juntos y por separado. Susana lo estaba llevando bastante bien. Sólo le preocupaban sus padres que habían sido avisados. Su madre debía estar al borde del colapso sabedora de que su hija estaba en comisaría. Se turnaban dos policías para hacerle las preguntas. Parecían jugar a poli bueno / poli malo. El primero la comprendía y se mostraba como un amigo y el segundo la ponía al borde de las lágrimas. Ella soportaba con paciencia el proceso, preguntándose cuanto tardarían en darse cuenta de que no sabían nada.
Tras una eternidad los dejaron marcharse. Los padres de todos estaban en la sala de espera. Fue como en las series de televisión, con abrazos y besos. Susana se sorprendió mucho porque sus padres nunca la abrazaban y hoy era como si hubiera escapado de una muerte segura. Camino del coche comenzó el interrogatorio familiar. Querían saberlo todo. Lo que pasó en el parque y lo que pasó en la comisaría. Ella ya no quería hablar, solo quería que la dejaran en paz pero sabía que si no respondía no pararían de preguntar y la falta de respuestas traería también recelos y sospechas. Así que contestó, les contó lo mismo que a los polis, que no sabía nada, que Juan pasó con sus patines sobre el ojo y que eso fue todo. No estaba segura de haberlos convencido pero a ellos les molestó más su descripción del interrogatorio en la policía y su impresión de que la habían tratado como un delincuente y no como un testigo.
Al llegar a su barrio en la Isleta le sorprendió que todo el mundo estuviera en las puertas mirando, viéndoles llegar. Estaban a la expectativa hasta que la novelera oficial del barrio, Julia, se acercó a preguntar y ejercer su oficio. Por supuesto no se dirigió a ella sino a su madre. Ella ya había sido juzgada y condenada.
- ¿Cómo se han enterado? – preguntó a su padre.
- Ha salido en las noticias. Pusieron un plano del lugar y salíais vosotros. No han parado de llamar y de venir a preguntar. Y esa Julia me saca de quicio.
Al menos su padre pensaba como ella.
- ¿Y han dicho algo por la tele?
- No. Sólo que apareció un ojo y que vosotros lo encontrasteis. El juez ha declarado el secreto de sumario pero en la tele dijeron que la policía estaba rastreando los alrededores.
Volvió a concentrarse en sus pensamientos mientras notaba todos los ojos fijos en ella. Avanzaba lentamente hacia su casa junto a su padre. Su madre quedó atrás, más interesada en ser el centro de atención del barrio ese día. Estaba en su salsa.
Mientras caminaban recordó que los policías le habían pedido que apagar su móvil. Lo sacó del bolsillo y lo encendió. No habían pasado ni veinte segundos cuando empezó a sonar. Era Juan.
- ¿Te has enterado que hemos salido por la tele?
- Sí.
- Es increíble, ¿no? Dicen que están buscando el resto del cuerpo en los alrededores.
- Sí, lo sé – dijo ella.
- Estás muy lacónica. ¿No puedes hablar?
- No, ahora no puedo.
- Vale, te llamo luego.
Acabó su conversación y su padre le preguntó quien la había llamado. Se lo dijo. Su padre era diferente, a él se le podían decir las cosas.
Llegaron a casa y él se fue a la cocina a prepararle algo de comer. Ella se sentó frente a la tele, sin saber que hacer. Las noticias ya habían pasado. Se sentía extraña, como ausente. Esto debe ser lo que denominan “shock” en la tele. Era como si pudiera verse desde fuera. Recordaba el ojo allí en el suelo, aplastado y Pedro dando gritos. Recordaba la sensación extraña que tenía en el estómago al ver aquella pequeña pieza fuera de su receptáculo habitual, olvidada por alguien que no le daba importancia. La sangre y el daño que sufrió el ojo no le permitieron ver el color, pero recordaba que lo intentó porque a ella le gustan los chicos con los ojos verdes. Ahora que pensaba en ello, en la comisaría nunca les dijeron el color del ojo.
Sintió una necesidad imperiosa de saber este dato y se prometió a sí misma que más tarde llamaría a los chicos y les preguntaría.
Su padre apareció en la puerta con la comida. Ensalada y una tortilla francesa. Se sentó al lado de ella mientras comía, sin hablar. No hacía falta, no había nada que decir.

jueves, agosto 21, 2003

Día 21. HP5


Hoy me he acabado de leer Harry Potter and the Order of Phoenix, la quinta entrega de la famosa saga. Ayer por la noche entré en la fase crítica de lectura del libro, esa en la que nada es más importante y hay que acabarlo a cualquier precio así que me he pasado el día leyendo en la playa como un poseso hasta finalmente acabarlo. Qué decir sino que es perfecto. Ágil, ingenioso, divertido, es todo lo que esperamos de un libro de Harry Potter y más aún. Supongo que la minoría de vosotros que lo leerá está esperando a que salga traducido al español. Yo hasta ahora me los he leído todos en inglés y en español y pienso seguir haciéndolo. Esto es literatura de fantasía en mayúsculas. No sé si podré sobrevivir la angustia de esperar un par de años para leer el sexto. Al principio pensé que el libro iba a ser muy pesado pero que va, se lee en un suspiro.
En cine he visto dos películas estos días: Piratas del Caribe, la maldición de la perla negra o PIRATES OF THE CARIBBEAN, THE CURSE OF THE BLACK PEARL. Me ha encantado pero yo tengo cierta predilección por las películas de piratas. Es muy familiar, muy bien llevada. Los protagonistas están todos muy bien y si hay que objetar algo, sería el maquillaje de ojos que le pusieron a Johnny Depp que parece un poco mariquita. La otra película que he visto es “Las mujeres de verdad tienen curvas” una deliciosa película rodada en Spanglish, en donde el inglés y el español se alternan continuamente sobre una vacaburro que tiene los problemas inherentes a su volumen. Absolutamente recomendada para todos, es una pequeña joya. No me extrañaría que esté el año que viene en la carrera por los Oscars.
Y eso es todo por hoy. Tengo un día tonto y no me apetece escribir mucho.

miércoles, agosto 20, 2003

Día 20. Pasaporte


Llevo unos cuantos meses tratando de renovar mi pasaporte. Finalmente lo conseguí ayer pero he tenido que sortear todo tipo de trabas burocráticas. La primera vez que fui a la Policía Nacional para renovarlo me dijeron que tenía que esperar hasta que faltaran tres meses o menos para caducar. La segunda vez faltaba una semana para que entrara dentro de ese plazo, así que la funcionaria primero me lo cortó con la tijera, y después me dijo que tenía que volver la semana siguiente. Como volvía a Holanda y eso no era posible me dijo que fuese al día siguiente con el pasaje para verificarlo y hacerme el nuevo. Así que allí estoy yo al día siguiente con mi pasaporte roto, mi billete, mis fotos, el dinero y la cabrona de mierda se había tomado un día libre y su compañera me dijo que ella no se responsabilizaba de eso, que no me lo renovaba y que supiera que no se podía andar con el pasaporte roto. La única alternativa que me dio fue hacerme uno nuevo que caducaría en tres meses y una semana. Comprenderéis que la mandé a tomar por culo mar adentro y desistí.
Un par se semanas más tarde hice un nuevo intento en la policía del aeropuerto de Málaga pero puesto que caducaba en septiembre y viajaba dentro de la comunidad europea no me hicieron ni puto caso.
En esta nueva visita a las Canarias me planteé el renovarlo de nuevo y voy el lunes a la policía. Veo a las dos perras asquerosas que previamente me han jodido y me acerco a preguntarles. Esta vez me salieron con que están haciendo un nuevo modelo y sólo se dan 50 números por día teniendo que ir temprano para recoger el dichoso número porque hay mucha demanda.
Contacto con mi tía y ella organiza la operación CONSEGUIR NÚMERO. Manda a la señora que le trabaja en la casa por las mañanas. Las instrucciones eran claras:
1. Ir a la policía a las 7.30
2. Hacer cola una hora
3. Recoger el número
4. Volver a la base
Tres cuartas partes de la misión fueron un éxito, pero tras conseguir el número la muy subnormal se quedó allí esperando Dios sabe qué. A las 9.30 se realiza un contacto y averiguamos que tengo el número 32 y que tengo que estar allí a las 10.00. En una operación de emergencia salgo disparado y consigo llegar a las 10.10. El número por el que iban era el 26, ¡uff! Que alivio.
La gente tiene un concepto muy grande de los números y dentro del número 26 habían 5 pasaportes, el del padre, la madre, los dos niños y la tía. Si tenemos en cuenta que se tarda unos 5 minutos por pasaporte aquello iba a ser casi media hora. Para empeorar las cosas, tras el tercero de esos documentos se escoñó la impresora que los hace. Una hora esperando que la repararan, un motín en la policía con la gente empezando a ponerse nerviosa, la funcionaria desquiciada (¡pero se lo merecía, coño!). Tras muchos sudores, gritos y juramentos lograron arreglar la maquina y proseguir con el trabajo. A esas alturas teníamos a un policía en la sala para proteger a las dos zorrillas que trabajan allí, porque se quejaban de que se estaban agobiando con la gente, personas sencillas cuyo único pecado era el haber tenido que hacer una cola desde las 7.30 (y algunos desde las 6.00) para conseguir un número y después tener que esperarse unas horas para tener el puto documento.
Pasada una vida finalmente llegó mi número. Me acerco, le doy todo, ve el pasaporte roto y me pone mala cara. Le dejo bien claro que ella fue la zorra que me lo rompió con las tijeras hace dos meses y entonces recuerda y me pregunta porqué no fui al día siguiente como me dijo. Le cuento que estuve, que ella se cogió un día libre y que la guarra que está al lado de ella no se quiso hacer responsable. Le echa una mirada de profundo desprecio y se enzarzan en una reyerta sobre los deberes en el trabajo. Están unos minutos mostrando su lado barriobajero y en uno de los escasos instantes de silencio que hubo les pido por Dios y por la Virgen que me hagan el puto pasaporte y que se vayan las dos a tomar por saco. Me lo hicieron y tras todo este sufrimiento, al fin tengo un pasaporte nuevo.

martes, agosto 19, 2003

Día 19. La boda – Tercera parte



Pues nada. Volvemos a la iglesia en la que nos habíamos quedado en el capítulo anterior. Los novios en la calle con el cura y los padrinos y el resto de invitados dentro de la iglesia. Comienza la música y entran. Delante de los novios vienen dos pajes - supongo que se les llama así. Niño y Nina. Cada uno llevando un cirio enorme y horroroso en las manos. Después me explicaron que esos eran los cirios del bautizo de cada uno de los novios. Allí, parece ser que se guardan y se vuelven a utilizar en las bodas e intuyo que en los funerales. Así que es algo muy importante y simbólico. Como en esta parte del mundo hay mucha cultura de velorios y demás, supongo que a la gente le gusta guardarlas como recuerdo.
Comienza la ceremonia en alemán. Duró una hora y excepto por los amen no me enteré de nada. El cura se hartó a hablar y muchas veces la gente se reía por lo bajo. Después me contaron que todo el sermón era sobre lo de llegar virgen al matrimonio, no vivir juntos y movidas católicas similares y por eso el recochineo. Viven juntos, ella embarazada y aquel pobre allí haciendo un ridículo espantoso por estar en Babia.
Tras la ceremonia tuvimos lo clásico, lágrimas y demás en la puerta de la iglesia. Luego, todo el mundo para el restaurante del convite. Así que me voy con John a su coche, y ¡kabúm! el tío tiene un Corvette deportivo de los 60 precioso, pequeñito y super coqueto. Hasta ese momento nunca me había subido en un coche en el que tuviera la sensación de llevar el culo rozando el suelo. El coche era como una cajita de juguete. Supongo que con semejante instrumento el mariquita se pule a media Europa. Nos perdimos tres veces y en todas paramos a preguntar en algún bar, con aquel hombre que se tiraba a coquetear enseguida con los machotes rubios alemanes que obviamente le ponían a cien. Con media hora de retraso y una loca toda cachonda llegamos a la boda. Creo que estaban esperando por nosotros para empezar la cena porque fue llegar, darnos una copa de champaña para brindar y hacernos una foto con los novios y entrar todo el mundo al restaurante corriendo como putas a coger sitio (los sitios no estaban asignados). Me gustaría saber qué don tengo yo para atraer todas las cosas raras. Todas las desgracias del convite sucedieron en mi mesa. Aparte del colega del deportivo, muy simpático, atento y definitivamente con mucho glamour, teníamos en nuestra mesa a dos mujeres con una niña y una familia del sur del país.
Comienza la cena, y nos traen unas soperas enormes con el consomé. Yo miro el menú, veo 3 entrantes, 7 platos principales y 3 postres y pienso que nos darán a elegir. ¡Que va! Toda la comida venía a las mesas. Así que con los entrantes yo ya estaba lleno. Después de 50 minutos de entrantes, cuando aparecen los platos principales, la niña que está en nuestra mesa le da un ataque como de epilepsia y empieza a vomitarlo todo. Yo sentado enfrente alucinando. Además, era gordita y se había atiborrado como un cochino y la hijaputa lo echó todo todo todo. Se la llevaron para el baño y trajeron un balde para recoger toda aquella comida. La camarera con la tensión, va y derrama un vaso de vino sobre uno de los miembros de la familia del sur. John y Yo acojonados, sin movernos no sea que nos fuera a pasar algo. Todo el restaurante mirando para nuestra mesa que parecía una feria. Logramos continuar con los platos principales que duraron como una hora y media, en la que seguían y seguían trayendo bandejas cada vez que las vaciábamos. La gordita, volvió y comió aún más que la vez anterior así que supongo que aquello fue una estrategia para hacer hueco. Ni que decir tiene que llegué al final de esta tanda con el cinturón aflojado, y con el florero por el lado de John, que tenía la mano más larga que el rabo del conde Lequio. Los postres sólo duraron una media hora pero pudimos repetir tres veces el helado y la tarta.
Tras el banquete, que es la palabra que define perfectamente esta comida, comenzaron las actuaciones. En primer lugar, el maestro de ceremonias presentó a todo el mundo, incluidos a John y a mí, con una historia en la que hilvanaba las vidas y sucesos de todo el mundo. Después comenzó la procesión de gente al escenario a actuar. Aquí la tradición es que des el regalo en la boda y que actúes o hagas algo en honor de los novios. Pero eso lo dejo para la última parte de esta historia.

lunes, agosto 18, 2003

Día 18. La Garita


Continúo mi master veraniego de playas y tras los ejemplos holandeses negativos hoy nos vamos a centrar en un caso positivo: la playa de la Garita.
Esta pequeña joya se encuentra situada en el océano atlántico, en las costas de Gran Canaria, en el municipio de Telde. Linda con el paseo marítimo del barrio del mismo nombre y su forma de concha es característica de muchas de las playas naturales de la isla. Su arena negra con una textura perfecta es el lugar ideal para descansar mientras se toma el sol. Desde tiempos inmemoriales ha habido discusiones sobre si es mejor la arena blanca, rubia o negra. Para mí, un experto en estas materias que ha pasado gran parte de su vida en la playa, no hay nada como la arena negra. Absorbe mejor el sol, y no suele ser tan asquerosamente pegajosa como la arena blanca (recordemos Amadores ...) o tan etérea como la rubia. Volviendo a nuestra playa, está sembrada de sombrillas de madera para aquellos bañistas que quieran usarlas y tiene un área de esparcimiento para niños. Nunca ha sido merecedora de bandera azul por la comunidad europea, pero esto se debe fundamentalmente a la ausencia de un puesto fijo de la Cruz Roja en la playa.
El mar, ese Atlántico de ensueño, acaricia la arena con sus aguas azules. Esas aguas cristalinas tan características de las costas canarias, perfectas para la práctica del buceo y en las que las algas brillan por su ausencia. Ese mar que se hace respetar de vez en cuando, con temporales que limpian la costa y le devuelven su brillo y su esplendor. En un buen día, con una ligera brisa uno puede disfrutar con unas olas de dos o tres metros perfectas para la práctica de deportes acuáticos con tabla. La espuma blanca como la nieve se ve tan apetitosa que le dan ganas a uno de comérsela toda no como esos espumarajos amarillos y verdes del mar del Norte de los que uno huye cual alma que lleva el diablo ante la sospecha de su insalubridad.
Junto a la playa hay una zona de grandes lavados volcánicos en la que aquellos perezosos que no quieran tenderse en la arena pueden disfrutar de su jornada playera. Estos ríos de lava forman caprichosos bufaderos para que aquellos bañistas osados desplieguen sus habilidades saltando al agua durante la marea llena.
Ya puestos en situación centrémonos en la fauna que visita la playa. Dada su ubicación estratégica, la Garita acoge mayormente visitantes de Telde, Jinamar y las Remudas. Estos dos últimos grupos merecen estudios pormenorizados por ser precursores de las tendencias de la juventud isleña. Fue en estos barrios donde se gestó la moda chandalera, las lobas y los coyotes, y toda esa jerga incomprensible que enriquece nuestro idioma.
Aquellos de vosotros a los que ir a la playa acompleja por no tener un cuerpo Danone deberíais acudir a esta porque siempre habrán cuerpos peores que el vuestro como esas chavalas Toronagasaga, esas gordas asquerosas con esos muslos dinosáuricos que rebosan esos tangas que se ponen para escasamente tapar la raja del culo y que se pasean con desverguenza por la playa, reuniéndose en manadas para criticar a otras sin pararse a pensar que quizás deberían morderse la lengua y mirar sus serranos cuerpos. Es una experiencia harto enriquecedora el tumbarte al lado de uno de estos grupos una tarde y escucharlos hablar en su jerga y de sus problemas. Confirma nuestros peores temores sobre la generación perdida y aviva los pensamientos genocidas que todos llevamos dentro.
Existe en la playa otro grupo del que hay que protegerse si eres varón. Son los mariquitas de playa. Se les reconoce fácilmente por su tendencia a los bañadores de color blanco, ropa blanca y por su finura, al acudir a la playa con sombrilla ¡Cuando a donde se ha visto un hombre con sombrilla en la playa, por Dios! El mariquita de playa se coloca a tu vera, cerca de tus pies, colocando su toalla paralela a la tuya pero tumbándose del revés, para que puedas tener una clara visión de su paquete el cual no parará de tocarse. No existen antídotos conocidos para luchar contra ellos, pero ignorarlos y dormir sin hacerles caso suele funcionar la mayor parte de las veces y los obliga a levantar el chiringuito y buscar a otro desgraciado que torturar ya que parecen no tolerar muy bien la falta de interés en sus cuerpos trabajados en gimnasio.
Finalmente está el grupo de las marujas que acuden a la playa con varios cientos de kilo de material para pasar un par de horas. Llegan a la playa gritando, permanecen gritando todo el tiempo y se marchan gritando. Gritan por todo y contra todo: sus hijos, los niños que juegan con sus hijos, los bañistas que andan cerca de sus hijos, las personas que toman el sol en sus alrededores, los socorristas, los pescadores, los policías. Estas mujeres y la tropa que las rodea son la sal que mejora el guiso y te hacen dar gracias a Dios por ser un desgraciado normal en un mundo de aberraciones.

domingo, agosto 17, 2003

Día 17. El viaje


Como no podía ser de otra forma, hoy hablaré de mi viaje a Gran Canaria. La larga marcha comenzó en la medianoche del sábado cuando me encaminé al aeropuerto. Saliendo mi avión a las 5.00 de la mañana, y teniendo que estar allí a las 2.30 para recoger los billetes y facturar la única solución es coger uno de los últimos trenes de la noche al aeropuerto, que salen alrededor de las doce y media. Así que allí estoy yo, en el andén esperando que llegue el tren y rodeado de revisores, seis nada más y nada menos. Esto de los revisores es increíble. O no vez ninguno o te los encuentras a todos como me pasó a mí. Mientras esperamos llega un tren que va en dirección opuesta y cuando se baja todo el mundo y suben los nuevos pasajeros hay un negrito en la puerta gritándoles a los revisores que hoy si tiene billete. Aparentemente es un conocido de los revisores que deben perseguirlo a menudo, porque comenzaron a aplaudirle y a gritarle cosas mientras el colega se ponía a enseñar el billete desde la puerta del tren y a practicar una especie de danza atávica. Como sería el escándalo que la gente comenzó a asomarse por las ventanillas del tren y el maquinista tocó la bocina un par de veces lo que animó más al colega que continuaba con su danza desenfrenada jaleado por los revisores. Cuando el tren arrancó el pibe aún tuvo tiempo de hacernos una luna llena, o sea, enseñarnos su culo negro por la ventana de la puerta para gozo y algarabía de los que nos encontrábamos en el andén.
Tras esto llegó mi tren y todos los revisores se subieron, se dividieron en grupos de dos y rastrearon el tren de cabo a rabo pidiendo a todo el mundo los billetes, con lo que si sois buenos en matemáticas habréis concluido que me pidieron el billete tres veces. En mi vagón había tres bebas de quince o dieciséis años y un bebo de esa edad más o menos que se sentaba al otro lado del pasillo pero a su altura. Las chicas hablaban entre ellas pero aparentemente decidieron que querían sal así que se sentaron junto al chico, se presentaron, una le puso la mano en la pierna y si no es porque llegamos a la estación, se lo follan allí mismo. Después de calentarlo más que los fogones del Titanic se bajaron y dejaron al chaval con la verga dura y un calentón del quince.
Tras este pequeño incidente continuamos sin mayores sucesos hasta el aeropuerto. Schiphol a la una de la mañana es un sitio lleno de gente. Se cruzan los que esperan por los familiares que llegan en los charter que aterrizan entre una y tres con los que llegan como yo en el último tren para partir en los charter que despegan entre cinco y seis, y que son unos 20 en total. Si hacéis vuestras cuentas son unas cuantas miles de personas en el aeropuerto todos reunidos en los bares y cafeterías de la entrada principal, que a esa hora presentan un aspecto completo. Me apalanco por allí a esperar que abra la agencia de viajes tomando un cafelito.
A las dos y media voy a recoger mi billete. Esto es ciencia ficción en España. Para comprarlo llamo por teléfono, hago la reserva, les doy un nombre, una dirección y un número de fax, me mandan por fax la confirmación, la firmo, lo devuelvo por fax, y ya está. Voy al aeropuerto y el billete está allí esperando por mí y sólo tengo que pagar y recogerlo. Esto en España no pasaría. Allí se fían de que los datos que das son los correctos y de que te vas a presentar. Siempre me fascina cuando llego con mi copia del fax y tienen el billete preparado. Esta vez para los curiosos he pagado 149 + 15 euros de tasas. O sea, 163 euros por un billete de ida y vuelta Ámsterdam – Gran Canaria. La ida es con Transavia en vuelo regular y la vuelta con Martinair en charter.
Ya en el avión me siento en la segunda fila y tengo una clara visión de la cabina del piloto. Este sale a hablar con el personal de cabina (antiguas azafatas) y ¡Dios! El pelucón que lleva el tío da un cante del quince, y encima lo tiene descolocado. Un matojo de pelo falso en la cabeza todo torcido y ese era el que tiene que llevar el Boeing 757-300 con 218 personas a bordo. Una pinta de chaflaneja del quince, de desgraciado que no puede pagarse un peluquín en condiciones. Estoy aún recuperándome del shock cuando aparece un azafato de ascendencia hindú, de casi dos metros y que iba dejando un rastro de aceite por todo el aparato, bamboleando la mano mientras se movía. Yo no sé que tengo con estos amanerados que me ven y se pirran. Fue verme y buscar la forma de pasar por el pasillo cuando alguien más pasaba a mi altura para ponerme el culete y el paquetón por la cara. Estuvo haciendo esto hasta que despegamos. Dios castiga a los pecadores y cuando estaba haciendo el show del chaleco salvavidas y las puertas de emergencia se arreó un cabezazo contra el monitor del techo que se oyó en todo el avión. Junto a él en la parte de adelante del avión estaba la azafata más vieja que he visto en mi vida y yo las he visto bien viejas que he volado en vuelos internacionales de iberia. La tía tenía las patas de gallo más desarrolladas que he visto desde que se murió “Lolita Pluma”. Un corral entero de patas de gallo en la cara que el maquillaje no hacía sino acentuar. Cuando el del bisoñé avisó de que cerraran puertas y armaran rampas, el mariquita se miró las uñas y le dijo a la abuela “hazlo tú mujer que a mí se me rompen las uñas”.
Pasé el vuelo durmiendo, despertándome cada hora o así con los bandazos que pegaba el avión porque tuvimos un vuelo plagado de turbulencias. Por suerte yo duermo como un venado en esos trastos.
La llegada fue espectacular porque el avión tiene una cámara en el tren de aterrizaje (comprado de segunda mano a Condor Air, con el logotipo de Condor todavía en un montón de sitios y todos los mensajes en Alemán e Inglés) y parecía estar viendo una partida del Flight simulator. Por desgracia en el aterrizaje el del pelo postizo no estuvo muy afinado y cuando impactamos contra tierra rebotamos que dio gusto. Solo recuerdo otra vez en la que el piloto fue tan necio y fue en un Binter Canarias aterrizando en los Rodeos.

sábado, agosto 16, 2003

Día 16. Tomatito


Hola, soy tomatito. El dueño de ésta página me ha dejado que os escriba contándoos mi historia.
Nací en Holanda del Norte, en un invernadero. No recuerdo mucho de aquellos tiempos, sólo la luz. Una luz fuerte y constante que me ayudaba a crecer y hacerme más fuerte las veinticuatro horas del día. Tampoco recuerdo a mi papá pero mi mamá era una planta maravillosa que criaba muchos muchos hijos. Ella nos alimentaba y nos cuidaba. Mamá tenía muchas vecinas y todas eran madres de muchos tomates como yo. Nuestra casa, el invernadero, era un lugar muy limpio en el que no habían insectos ni tierra. Ya sé que suena raro porque mamá debería crecer en la tierra, pero esta gente han mejorado nuestra vida y ahora mamá crece sujeta a una goma espuma del tamaño de un vaso que le permite alimentarse mejor y si ella come más nosotros también podemos crecer más y más rápidamente. A mamá le daban también vitaminas y medicinas para que seamos más fuertes. Y mamá está muy orgullosa de ser una tomatera modificada genéticamente productora de buenos y saludables “tomates” y no como esos bastardos que puedes encontrar en el supermercado con la etiqueta de “biológicos” y que han crecido con tierra, insectos y sin ayuda tecnológica. Mamá se iba desplazando dentro del invernadero en lo que aquí llaman una cadena de distribución. Cuando mamá era una semillita se encontraba al lado de la entrada, y según fue creciendo y pudo producir hijos fue avanzando. Era como un tren que se mueve lentamente. En cada zona recibíamos un cuidado especial porque el objetivo era mejorarnos para que lleguemos al mercado en las mejores condiciones. Mi mamá me dijo que alcanzaría la mayoría de edad cuando llegáramos a la salida y allí habría una máquina que me empaquetaría con algunos de mis hermanos y comenzaría un corto viaje hasta un supermercado. Ese día llegó y salí con cinco de mis hermanos a conocer mundo. Estábamos todos muy excitados porque era la primera vez. Me dio mucha pena tener que dejar a mamá pero ella me dijo que así es la vida y que todos tenemos que cumplir nuestro objetivo en ella. Cuando nos fuimos de casa todos teníamos el tamaño óptimo y un precioso color rojo. Nuestra textura era perfecta, bien duritos. Éramos cinco hermanos perfectos en todo, unos tomates de película, el orgullo de nuestra familia. Tras un viaje por carretera en un gran camión con miles de compañeros llegamos a un supermercado y nos pusieron en los expositores pero no os preocupéis, estábamos lejos de esos bastardos orgánicos. Pasaban muchísimos humanos por allí y poco a poco fueron desapareciendo mis compañeros. A mí me adquirió un español, el mismo que escribe en este Web. Quería hacer gazpacho y como no hay otro tipo de tomates se tuvo que conformar con nosotros. Eso me dolió un poco porque yo creía que era perfecto, pero mi nuevo dueño me explicó que a veces las imperfecciones son lo que dan la chispa de la vida. Yo aún no lo he comprendido del todo pero la inteligencia nunca ha sido mi fuerte. Nuestro nuevo dueño tenía grandes planes para nosotros. Nos tuvo toda una semana en su casa esperando que nos ablandáramos, pero nosotros somos muy fuertes y ya nos puedes dejar un mes entero que no nos ablandaremos que para eso tomamos muchos productos químicos cuando somos pequeños. Así que ganamos nosotros y cuando se cansó de esperar nos dijo que hoy nos usaría.
Estoy muy excitado porque es la primera vez que alguien me va a usar para cocinar y no sé como será eso. Mis hermanos también están muy contentos y lo mejor de todo es que esto del gazpacho es algo muy exótico por aquí por el norte, así que podemos considerarnos unos privilegiados porque no todo el mundo tiene el privilegio de ser un tomate de gazpacho. Seguro que mis compañeros en el invernadero se morirían de la envidia si lo supieran. Ellos deben estar trabajando de tomates de ensalada, pobres infelices.
Bueno nos ha llegado la hora de trabajar. Ya os contaré que tal ha sido la experiencia.

viernes, agosto 15, 2003

Día 15. Un hombre en los inspirados


- ¿Adonde iremos desde aquí?
Parecía una pregunta tonta, sobre todo viniendo de alguien que durante toda su vida había sabido exactamente lo que quería y como conseguirlo. Ahora andaba perdido, en una ciudad que desconocía, y sólo tenía claro que tenía que llegar junto a ella, la Señora, lo antes posible, y no importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
Ya no recordaba cuando había empezado todo. Sus recuerdos eran difusos. Si trataba de pensar en lo que había hecho ayer, le dolía la cabeza. Tampoco sabía quien era el anciano que lo acompañaba, pero ambos querían ir al mismo sitio, y por eso seguían juntos.
De alguna manera lo estaban consiguiendo. Ya estaban en la ciudad. Sin embargo, habían notado que la Dama se trasladaba. Cuando ya estaban cerca de ella, se volvió a alejar. Sintieron su presencia alejarse. No mucho, pero sí lo suficiente como para tardar otro par de horas en llegar donde ella se encontraba. El anciano lo llevaba bastante bien. No podía imaginar de donde sacaba la fuerza para seguir. No habían hablado mucho durante el camino. En realidad sólo se comunicaban cuando había que tomar una decisión. Tampoco habían comido nada en las últimas 24 horas, pero el hambre no era una prioridad en esos momentos.
Lo que ambos querían, necesitaban, era estar cerca de ella. Él era un guía turístico, un holandés que había decidido irse a un clima mejor para vivir y trabajar hacía unos años. Vivía en el sur de la isla y lo único en lo que se preocupaba hasta que sintió la llamada era en el color de su bronceado y en sus gafas de sol. Su vida había transcurrido sin pena ni gloria hasta ese momento. Nunca antes había sentido la necesidad de bajar a la capital de la isla, y la ciudad le era desconocida. Al menos el anciano sabía moverse por ella, y era el que indicaba el camino la mayor parte de las veces. Sabían a donde dirigirse porque ambos sentían una especie de llamada que les indicaba la dirección, una llamada apremiante, que les incitaba a seguir y seguir sin descansar. Sin embargo ese mismo instinto los volvía estúpidos y no les permitía ver que si cogían un coche, un taxi o un autobús, podrían llegar antes. No, ellos continuaban andando a través de la ciudad, yendo de un barrio a otro. A veces veían a otras personas que como ellos la estaban buscando, pero esos otros parecían recibir otra señal y al cabo de un tiempo se separaban. Sin embargo, el anciano y él estaban sintonizados en la misma onda, o al menos eso creía él.
No sabía porqué quería verla, pero la necesidad era acuciante. Sabía que cuando llegara junto a ella todo tendría sentido, todo encajaría como las piezas de un puzzle.
- Vamos hacia allá – fue la lacónica respuesta del anciano.
Así que continuaron andando, hacia allá doquiera que fuese, sin reducir el ritmo, sin mirar atrás, siempre adelante.

jueves, agosto 14, 2003

Día 14. La boda – Segunda parte


Como decía en la primera parte de esta historia (ver Día 10. La Boda - Primera parte), llegamos y nadie se molesto en ir a decirles que ya estábamos allí. Todos asumían que a las 11:30 nos avisarían, como al final resultó. En España te quedas en la puerta esperando y te pueden salir raíces, pero bueno, esto es otro mundo. El salón del ayuntamiento donde se hacen las bodas civiles es muy bonito. Otra curiosidad es que los padrinos de los novios no son los padres sino los mejores amigos de ambos. Ahora ya sé que no soy su mejor amigo ya que había otro ejerciendo de padrino, que llevaba un chaleco horroroso. Yo llevaba mi traje gris en cuya compra se invirtieron únicamente ocho mil segundos y el terror infinito del empleado de la tienda, que si me ve se esconde. Mejor no hablemos de la torturadora que me ayudó a elegirlo, que hace que los empleados del WE lloren como lactantes solo con ver su foto. Pues eso, comienza la ceremonia y nos leen allí toda la ley relativa al evento. Todo ese tiempo los hermanos de los novios haciendo fotos y videos, pero todo muy frío, muy formal, o quizás sea lo normal al ser todos alemanes. Acaba la ceremonia y sobre la marcha les dan el libro de familia. En la puerta les tiramos arroz y los amigos han cubierto el mercedes con la bandera de fútbol del equipo favorito de Dirk. Tras este evento volvemos a casa. Tenemos un almuerzo suave a base de consomé, pan y cerveza. Después de eso los novios se cambian y se ponen el traje de bodas para la ceremonia religiosa. Es decir, para la civil llevaron unos trajes, y para la militar / religiosa, otros. Estos ya eran más espectaculares, más del gusto de buena boda cristiana.
Una vez están equipados con sus nuevos trajes, se van a hacerse las fotos oficiales de la boda. Yo paso y me quedo en la casa. Aquí la tradición también difiere de la española, en la que las fotos se hacen tras la boda y no antes. Eligieron un hotel muy bonito que hay en la zona, con unos jardines preciosos. Se pegaron allí 2 horas que a mí me vinieron de escándalo para dormir un poco. Menuda siesta me eché. Volvieron,
nos vestimos de nuevo y cogemos el camino de la iglesia. Los novios de nuevo en el coche con florero adosado y yo en el coche de los padres del novio. Nos vamos a la heladería (que esta a 200 metros de la iglesia) y todo el cortejo salía de allí. Esto es Alemania así que todo está planificado, estudiado, medido, calculado. Todo el mundo estaba allí con media hora de antelación. Se avisa a la tropa de que apaguen sus móviles, cosa que todo el mundo se apresta a hacer. Saludamos a la basca pa’ la iglesia, con las madres llorando como debe ser. Es decir, hicimos una procesión encabezada por los novios con la gente mirándonos. Por supuesto todo el mundo conoce a todo el mundo en estos pueblos así que se oían saludos y comentarios.
Se me ha olvidado comentar un detalle que después tendrá su importancia. La novia descubrió que estaba embarazada el lunes (la boda era el miércoles). Lo sabía todo el mundo allí. Lo de la misa entre semana es normal, porque los curas de centro-Europa no casan en sábados o domingos ya que son los días que descansan ¿la palabra funcionario despierta algún parecido? Casualmente el jueves era fiesta en Alemania así que era perfecto ya que se hacía la boda, se corría la juerga y se dormía la moña al día siguiente. En la heladería conocí a John, un cirujano plástico retirado de Beverly Hills, cuarenta y pocos años, mariquita y millonario. John, al ser la otra persona que no hablaba alemán en la boda me fue asignado como compañero. Nos vamos andando en procesión para la iglesia y entramos todos salvo los novios. El americano tenía las manos bien largas y de una u otra forma, siempre acababan encima de mí.
Comienza la ceremonia. La iglesia preciosa. También fue decorada por los vecinos. Llena de flores y guirnaldas. Iglesia católica con sus santos sus vírgenes y toda la parafernalia que hace de nuestra religión la más chachona. Y creedme, sé lo que
me digo. Las iglesias de los calvinistas de mierda estos holandeses son patéticas. Sin vírgenes, sin santos, sin altares, sin nada de nada. Edificios pelados. En Holanda, las iglesias están llenas de tumbas de piratas que se ganaron el dudoso honor de ser enterrados en ellas por matar españoles en el siglo XVI y XVII. Hijos de puta. En la catedral de Utrecht hay en la pared una escena de la ultima cena de Cristo esculpida, a la que le arrancaron a golpe de cincel las caras de Cristo y los santos. Que le vamos a hacer si esta cultura está tan enferma. Bueno me conformo pensando que cada jiñada en esta tierra es un poquito más de mierda que dejo aquí.

miércoles, agosto 13, 2003

Día 13. Marinero de agua dulce


Ya he contado mi experiencia en las playas del mar del Norte. Hoy hablaré de las playas de los lagos y canales, playas de agua dulce. Son aún más populares que las que dan a la costa, entre otras razones porque el agua está más caliente, no hay peligro de olas, y porque en el interior del país la temperatura es mucho mayor que en la costa, y no me creeréis, pero la diferencia entre Hilversum y el mar es de unos 10 grados de temperatura, y estamos a 40 Km. del mar. Como además ir a las playas de la costa es asegurarse un par de horas en caravana de tráfico (no creáis que esto solo pasa en Gran Canaria) el aliciente para ir a estas playas es mayor.
Yo tengo dos cercanas: Loosdrecht y Zilverstrand. La primera es un lago que hay cerca de mi casa muy popular para actividades de vela. La “playa” es una extensión de césped en el que te tumbas y desde el que saltas al agua. El agua, turbia, turbia, turbia por no decir hedionda. Olvidaos de las transparentes aguas del mediterráneo o del atlántico. Aquí la luz del sol nunca ha llegado al fondo. Uno llega a la playa con su bicicleta, extiende su toalla y cuando decide darse un baño cierra los ojos y salta al agua con cuidado porque no tiene mucho fondo y tratando de que no nos entre líquido por ningún lado. El fondo es mullido, producto de las algas que lo habitan y que hacen el caminar por el mismo un auténtico suplicio, solo apto para masoquistas. La gente llega cargada con neveras y similares y se montan los asaderos allí mismo, lavando sus braseros en el agua con lo que es habitual el ver trozos de carbón vegetal flotando alegremente en la superficie del lago. Así que sólo la convicción personal de que en mi casa se está peor hace que acuda a dicha playa.
La otra, Zilverstrand está dividida en dos zonas, No nudista y nudista. A la segunda nunca he llegado a ir porque todo el mundo me lo desaconseja. Parece que se montan unas peloteras del quince en esa playa, con gente follando en la arena y gays a tutiplén restregando sus penes contra sus culitos. En la parte a la que yo acudo lo que llama la atención es la ALTÍSIMA proporción de gente de color, conocidos vulgarmente como negros, comparadas con otras playas. Por cada holandés de tez pálida tenemos al menos dos oscuros. Aquí la arena se alterna con el césped, y el acceso al agua es más similar al de las playas convencionales. Existe un único puesto fijo de venta de viandas que abastece a la basca. La arena está plagada de trozos de carbón producto de pasados asaderos. Cuando uno se tumba a tomar el sol, enseguida nota la ingente cantidad de pequeños mosquitos que revolotean alrededor. Los hay por millones. Si tenéis el suficiente valor para ir al agua, como yo, entonces os encontraréis con una masa oscura salpicada de algas flotantes y de textura caldosa. Entráis y ya podéis armaros de paciencia y caminar, porque esta es más parecida a las playas del mar del norte y nadie te quita tus doscientos metros de paseo sobre unas algas asquerosas que no solo pueblan el fondo sino que llegan hasta la superficie. Cuando alcanzas una profundidad suficiente, te haces un chas-chas en el agua y sales corriendo. Algo que he notado en esta agua es que viene con el acondicionador de pelo incorporado. Cada vez que me baño en ella me entran unos picores horrorosos por todo el cuerpo, pero el pelo se me queda suelto y sedoso. Me da pena ducharme cuando llego a casa porque estoy convencido que si sigo lavándome el pelo en esa agua y no me ducho, los efectos beneficiosos de esas bacterias y animales varios harán que mi pelo crezca más fuerte y sano. Otro efecto colateral es la enfermedad de las “algas azules”. Debido al fuerte calor y al agua estancada en combinación con la falta de lluvias se reproducen hasta el infinito este tipo de algas, y la ingestión de esa agua produce diarreas, picores corporales y algún otro efecto. Yo supongo que eso explica los picores que siento cada vez que salgo del agua pero lo de la ingesta del líquido, ¡por Dios! Hay que estar enfermo para abrir la boca en esa agua empozada asquerosa. Como coño puede alguien beber eso.
Así que la próxima vez que vayáis de excursión al campo y veáis un estanque con su agua verde, sus algas, sus ranas y su pinta asquerosa, pensad que eso en los Países Bajos es una playa de agua dulce.

martes, agosto 12, 2003

Día 12. Nueva vecina


Tras dos meses viviendo solo en mi edificio ayer apareció la nueva inquilina que ocupará la vivienda situada debajo de la mía. La aparición fue triunfal. Toca en mi puerta y Yo con mis calzoncillos negros (más de 38 grados en la calle, posiblemente 43 en mi casa) y cocinando magdalenas. Esto de las magdalenas es el último vicio que me ha entrado. Al principio las compraba en un puesto en el mercado, que las hacen de puta madre pero se han ido de vacaciones por un mes y a mí me ha entrado el mono. Así que tras recopilar recetas de algunos de mis graciosos lectores me lancé a la producción industrial de las susodichas. Tras unos cuantos intentos con diferentes recetas he encontrado una casi perfecta que se ajusta mucho a mis gustos. Ayer mismamente recibió el aprobado con nota de varias personas, lo que me reafirma en mis capacidades innatas para la cocina de alto nivel. Para aquellos que no le hacen ascos a un delantal y a una cocina, la receta es la siguiente:

Magdalenas del carajo, mi receta


Ingredientes: 1 huevo, 220 gr. de harina de repostería, 115 gr. de azúcar, 1 sobre de levadura en polvo, 80 ml. de aceite vegetal, 180 ml. de leche, ¼ cucharita de canela, ¼ cucharita de nuez moscada, ¼ cucharita de sal. Si las queréis con almendras, 100 gr de almendras troceadas, si las queréis de chocolate, 10 cuadraditos de chocolate troceados en 4, o chocolate al gusto.
Preparación: Calentar el horno a 180º. Mientras se calienta, mezclar en un recipiente el huevo batido con la leche y el aceite. En otro recipiente mezclar la harina, el azúcar, la levadura en polvo, la canela, la sal, la nuez moscada, el azúcar y el chocolate o las almendras (o ambos). Añadir el líquido del otro recipiente y mezclar, pero no os paséis, sólo lo justo para combinar. Poner en los papelitos de magdalenas una cantidad equivalente al 70% de la capacidad del papel, y meter al horno 10 minutos. Salen unas 12 magdalenas. Si tenéis un recipiente para magdalenas (un molde) para poner los papelitos mucho mejor. De relleno se pueden usar también frutas y lo que se os ocurra (yo me hice unas de M&M que estaban de cambarse).

Bueno retornemos a lo que os estaba contando que ya empiezo a desviarme. Así que ando yo en calzoncillos con mis 6 magdalenas al horno cuando alguien toca a la puerta, me pongo un pantalón corto, y como se me pasaban, las saco del horno y abro la puerta sujetándolas con la otra mano. La escena me recordó la película Matrix, cuando Neo va a visitar el oráculo y está cocinando galletas. Pues lo mismo, pero mejor. Un pedazo de impresión que causé del quince con mi bandejita de magdalenas recién horneadas gritando cómeme en la mano, el pelo en pecho y los pantalones del revés porque no me dio tiempo a ponérmelos bien. Por supuesto invité a la visitante a una, y ella se aprestó a explicarme que es mi nueva vecina, aunque cuando saboreó aquélla gloria divina se corrió de gusto allí mismo. Por los ojos rasgados, el acento y la pinta deduzco que es oriental, aunque mi incultura me impide ubicarla en uno de esos superpoblados países. La pobre buscaba ayuda en el uso de la lavadora y secadora, con las que Yo confraternicé hace 3 años cuando llegué al país. Como experto en el uso de los aparatos, me apresté a darle un curso introductorio explicándole los graves riesgos que corría si usaba éste o aquel programa (aún lloro cuando pienso en mi pulóver YSL encogido en la secadora hasta dejarlo de la talla de Ken, el novio de Barbie). La dejé entretenida con la lavadora y un rato más tarde aparece gritando histérica que la lavadora se había tragado su ropa y no quería soltarla. Bajo al trote al zaguán y veo que la lavadora ha terminado de lavar, pero lo que se me olvidó comentarle a la colega es que no te permite abrirla hasta que han pasado un par de minutos y casi tiene un colapso nervioso la pobre china. Creo que esta nueva vecina promete, y que vamos a disfrutar de historias alucinantes con ella.

lunes, agosto 11, 2003

Día 11. Los inspirados


El primer día ni siquiera se dieron cuenta del cambio. Ella continuaba haciendo las cosas que normalmente hacia, y nadie notó nada. El segundo día, por la mañana, su hijo le preguntó si le sucedía algo. La notaba rara. Era algo en su forma de actuar, un sutil cambio al prepararle el desayuno. Su marido no le prestó atención a que no le preparara la ropa como solía hacer todas las mañanas. Eligió una camisa y un pantalón al azar, cogió un par de calcetines y unos calzoncillos limpios, y se metió en la ducha. Al marcharse le preguntó si se encontraba mal, pero ni siquiera se molestó en escuchar su respuesta.
Ese día se olvidó de ir a recoger a su hijo al colegio. Avisaron a su esposo al trabajo. Cuando llegó con el niño a la casa, se la encontró tirada en el suelo, en el salón, respirando rápidamente y con un ligero movimiento en uno de sus brazos.
Llamó a una ambulancia. Ella no reaccionaba. Se la llevaron al hospital. Después de dejar al niño con sus suegros, fue junto a ella. La tenían en urgencias. Una nube de médicos y enfermeros revoloteaban a su alrededor, tomando muestras, provocándole reacciones, buscando respuestas. Le hicieron muchas pruebas. Ella seguía sin reaccionar. Finalmente decidieron ingresarla en una habitación. Los médicos estaban desconcertados. No sabían que era. Tenía síntomas de diferentes enfermedades, pero no tenía ninguna de ellas, y no respondía a los tratamientos que se aplicaban en esos casos.

Así pasaron tres días.

El sexto día llegó el primero. Era la hora de las visitas en el hospital, por lo que las puertas de entrada se encontraban muy concurridas. Los celadores revisaban los pases para permitir la entrada en el centro, y la gente se afanaba en darles el esquinazo para poder pasar más gente de la autorizada. De repente alguien que llegó andando se saltó las colas y trató de entrar. El celador lo detuvo. Al preguntarle que a donde iba, respondió que iba a ver a la Señora. Parecía atontado. Tuvieron que llamar a seguridad para que se encargara de él. No sabía como se llamaba, ni donde vivía. En su documentación, encontraron sus datos personales. Llamaron a su familia, que vino a recogerlo. Nadie entendía que le pasaba.
Esa noche hubo otro. Llegó bien tarde, y estuvo rondando la entrada de urgencias hasta que los de seguridad se lo llevaron. Decía que quería ver a la Dama. No daba más razones, ni era capaz de comprender nada. Hicieron como con el anterior.

El séptimo día fue la avalancha. Desde por la mañana comenzó a llegar gente. Eran de todas las clases sociales. Algunos venían sin arreglarse, y otros daba la impresión que venían a trabajar, con sus maletines. Había incluso niños. Todos tenían en común que venían a ver a la Dama o a la Señora. Nadie sabía a quien se referían. Descubrieron quien era cuando uno de ellos consiguió colarse. Era un médico del hospital. Lo dejaron pasar, y lo descubrieron más tarde las enfermeras en la habitación de la mujer que nadie sabía que tenía. Estaba allí, a su lado, llorando desconsoladamente, cogiéndole la mano. Se necesitaron varias personas para sacarlo de allí. Le tuvieron que dar tranquilizantes. A ella se le volvió el pelo blanco. Sin embargo estaba más bella que nunca. Parecía dormida. La multitud que se estaba congregando en la entrada del hospital obligó a los responsables a avisar a la policía.
En las noticias del mediodía informaron que en algunos lugares del país, se habían producido algunos incidentes en aeropuertos con personas que intentaban colarse en aviones. No le dieron mayor importancia. Por la tarde el hospital tenía un gran problema. No había forma de disolver aquella muchedumbre. Eran como zombies. Sólo querían entrar para estar con su Dama. Era lo único que decían. Permanecían en silencio alrededor de las puertas buscando la forma de colarse. Por la tarde fue cuando llegaron los equipos de especialistas enviados por el gobierno. También la Cruz Roja comenzó a actuar, atendiendo a los que presentaban síntomas de deshidratación. La policía los cacheaba, y a los que tenían documentos avisaban a sus familias. Los otros, los indocumentados, simplemente eran identificados por sus familiares cuando al acudir a las comisarías a denunciar su desaparición los enviaban directamente al hospital.
En los telediarios de la tarde, la noticia ya se había aupado a los titulares. Los corresponsales de varias ciudades informaban de personas que avanzaban dando tumbos por las calles, buscando la forma de llegar a donde se encontraba su Señora. En nuestra ciudad la cosa iba a peor. Continuaban llegando personas al hospital. Las autoridades hablaron con la familia para trasladar a la mujer a otro centro. Un hospital militar en el que sería más sencilla la contención de los inspirados. El mote se lo pusieron en una tertulia en la radio, y caló entre todos los informadores de los diferentes medios de comunicación. Su esposo dio el visto bueno. Se los llevaron en un helicóptero que aterrizó en la azotea del edificio. Los inspirados reaccionaron al instante, comenzaron a andar en la dirección a la que se dirigía el helicóptero. El hospital militar estaba en las afueras de la ciudad, pero eso no los detuvo. Esa noche todos los cuerpos de seguridad movilizaron a todos sus miembros para contener la avalancha. Además, comenzaron a llegar personas de otros lugares, de otras provincias. Se hablaba incluso de gente de otros países. La nube de periodistas también creció frente al nuevo hospital. Algunas de las estrellas de la tele montaron su feria enfrente del hospital. La televisión pública organizó un especial "Quien sabe donde". Retransmitían imágenes de las personas que estaban allí congregadas, para que sus familias las identificaran y vinieran a buscarla. También apareció un nuevo colectivo. Eran los curiosos. Como una nube de buitres, llegaban para mirar y dar su docta opinión sobre lo que estaba sucediendo. Una mente lúcida vio algo que tenían todos los inspirados en común: eran hombres. No había una sola mujer entre ellos. Nadie sabía por qué.

El octavo día, los tertulianos de los programas matutinos desarrollaban descabelladas teorías sobre el suceso. Habían programas en los que incluso alguno de sus miembros no habían acudido. La enfermedad avanzaba por todo el país. Los oportunistas hicieron su aparición frente al hospital. Proclamaban el fin del mundo y exhortaban a todos a arrepentirse de sus pecados, eso sí, no se olvidaban de pasar el gorro para recoger la pasta. Parecía un día de fiesta. Los vendedores ambulantes anunciaban su mercancía, aunque pronto se dieron cuenta de que, salvo los curiosos, allí no había mercado, porque los inspirados continuaban a lo suyo. Dentro del hospital los médicos se afanaban en encontrar que era lo que hacía que esa mujer provocara esa reacción. Los militares habían traído también "expertos". Ingenieros que miraban los campos electromagnéticos, y procuraban, con sofisticados artilugios, averiguar lo que le sucedía a la mujer. Su esposo miraba asombrado a toda aquella gente, aunque callaba.
Al final del día, la mujer despertó. De repente todos los aparatos que habían metido en la habitación en la que estaba internada empezaron a pitar, zumbar, escupir rollos de papel continuo totalmente rayado. Hubo un revuelo allí dentro. La energía que se estaba concentrando en la habitación luchaba por encontrar una salida. Los tubos fluorescentes se fundían, mientras los cebadores explotaban como palomitas de maíz. Los elementos metálicos soltaban chispas, mientras el aire de la habitación estaba viciado. Se podía notar la cantidad enorme de ozono que había en el ambiente. Fuera, en el exterior, los inspirados comenzaron a despertar de su embotamiento. Estaban desorientados. Ninguno sabía donde se encontraba, o por qué estaba allí. Sólo sentían que estaban en paz. Pasó bastante tiempo hasta que se hubieron ido todos. Ella, la mujer que lo provocó, todavía está sometida a medicación. Nadie sabe que le sucedió. Hay muchas teorías: un milagro, una intervención divina, un suceso paranormal, una confluencia de energías de la naturaleza. No se sabe.

Ahora todo es como antes. O quizás no. Algunos creen que hemos recibido un aviso. Otros dicen que fue un montaje. Qué más da.

domingo, agosto 10, 2003

Día 10. La boda – Primera parte


Fui a Alemania en tren para la boda. Nada más comenzar hago un inciso, para explicar lo de los pasajes del tren. Me voy a la estación, a comprarme los billetes. Por Internet me había hecho el recorrido, así que me imprimo el papel y me lo llevo conmigo. Llego allí, y el tipo me lo mira en el sistema. Me dice, vale €150 yendo con el tren de alta velocidad alemán. Yo, que había mirado las rutas, le pregunto: ¿Y qué pasa con la otra ruta, la que va por el norte de Holanda? El tío, se medio mosquea conmigo, lo mira, y me dice. Ese no es de alta velocidad, y cuesta €45. Así que le pregunto cual es la duración del viaje por ambas rutas, y el pollaboba me dice que el tren de alta velocidad tarda 3 horas, y el otro 2 horas y media. Y todavía me pregunta que si quiero coger el de alta velocidad. Subnormal de mierda, ¿acaso me vio cara de turco? Y manda huevos, que la ruta con tren de alta velocidad sea más lenta.
Así que el día antes de la boda, me cojo el tren y tiro para Münster. Llegué y me recogió el padre del novio, para llevarme a su casa. Lo de las bodas en Alemania funciona de una forma extraña. Los novios tienen que correr con los gastos de todos los invitados, así que nos buscan alojamiento a todos. Inicialmente Yo iba a quedarme con la abuela del novio, una ancianita encantadora, que hace unas galletas de cojones. Finalmente, por esos giros que da el destino, acabé quedándome en la casa de los novios (o de los padres del novio, aunque ambos, el y ella, viven allí). Así que nada, llego y me recoge el padre de Dirk y me lleva a su casa.
Mi amigo Dirk había ido a la universidad a recoger sus notas finales ya que había terminado la carrera diez días antes de la boda. Cuando llega, cenamos. El apartamento en el que Yo me he quedado otras veces que he ido allí, lo habían convertido en suite nupcial, y ¡la habitación que me asignaron a mí fue la del novio! (Qué nivelazo). Los
novios, católicos ambos, dormían juntos la noche antes de la boda en la suite nupcial (super-parecido con la cultura española)
Después de la cena, nos fuimos a casa de los padres de la novia, a los cuales ya conocía, para una fiesta. Estaban decorando la fachada de la casa, y al mismo tiempo, bebiendo y tomando helados italianos (el padre tiene una heladería italiana, ya
que, el hombre es italiano). Pues nada, por allí por la fiesta, disfrutando, y privando cerveza en vasos de medio litro, con todo el mundo medio borracho a las 7 de la tarde.
Luego, nos fuimos de vuelta a la casa. Al día siguiente los eventos comenzaban a las 6 de la mañana. Los vecinos iban a montar una cacerolada a la puerta de la casa de los novios para despertarnos (¡Por eso nadie quería quedarse ahí a dormir en esa casa!). Así que nada, nos acostamos pronto.
A las 6 de la mañana se me cae el mundo encima. Oigo un estruendo terrible, que me reubicó los huevos a la altura de los ganglios. Me despierto súbitamente con el pelo alborotado y sin maquillaje y escucho un segundo estruendo. Me asomo a la
ventana y veo a los putos vecinos con las cacerolas. Me doy una ducha rápida, mas que nada para entonar el cuerpo un poco, y bajo en menos de 5 minutos. Durante todo ese tiempo, cíclicamente se oía un ruido sordo y fortísimo, similar a cañonazos. Salgo a la calle y está todo el mundo descojonado allí fuera bebiendo cerveza (algo totalmente normal a las 6 de la mañana cuando uno se levanta). El artilugio productor del ruido resultó ser una especie de cañón que funciona con gas butano. Comprime el gas, o no sé que coño hace, pero cada cierto tiempo pega unos pepinazos acojonantes.
Después de tan agradable despertar, los vecinos, de acuerdo a la tradición, deben ser agasajados con cerveza. Así que hala todo el mundo a privar. Y luego, desayuno para todo el barrio. Más de 40 personas dentro de la casa, y nosotros de camareros.
A las 8 desaparecieron todos, súbitamente, y 10 minutos mas tardes, los oigo volver cantando la canción de Blancanieves y los 7 enanitos ¡Ai Jo!. Modificaron la letra, en alemán claro, y decían algo de los novios. Venían con la decoración, y se pusieron a
decorar la fachada de la casa. Yo flipaba. Por suerte, la tradición dice que los habitantes de la casa no pueden ayudar, así que nos limitamos a mirar como lo hacían, y a proveer a la basca de cerveza, para que produjeran más y mejor. Cuando terminaron,
el resultado fue fantástico. Toda la fachada de la casa y la entrada decorada.
Luego, nos equipamos para la ceremonia civil, y nos fuimos para la iglesia, solo la familia (¡y Yo, claro!). El coche de los novios (que iban juntos, otra sutil diferencia con el sistema español), era un mercedazo de cojones al que le habían puesto, no se como, un centro de mesa lleno de flores en el capó. Yo espero que no dañaran el capó de semejante joya. Por culpa de la mierda que llevaba adosada al capo no podía correr, así que fuimos a paso de procesión de entierro al ayuntamiento. El lugar resultó ser muy bonito. Nos dijeron a las 11:30, así que estamos allí un par de minutos antes, y a las 11:30:00 se abre la puerta y aparece la beba teutona que nos invita a pasar. A mí esto de la puntualidad centroeuropea a veces me da un poco de miedo. Ya me estoy acostumbrado a estos rituales de puntualidad enfermiza, y cuando vuelvo a la patria y me pegan esos pallufos de una hora, se me desajusta el cuerpo de la rabia.

sábado, agosto 09, 2003

Día 9. La conexión española


Ser español fuera de España tiene sus ventajas. Tan pronto como un paisano te identifica, normalmente tienes tratamiento VIP, salvo si vas al consulado, donde nunca se cansarán de torearte para hacer honor a la fama de la burocracia española. Pero fuera de ahí todo es coser y cantar.
Yo tengo mi red de contactos españoles en mi ciudad y raro es el sitio en el que no hay un paisano. En el mercado, en el ayuntamiento del pueblo, en algunos bares y restaurantes, en la tienda de bombones belgas y en otros sitios, siempre hay alguien que me atiende en español. Uno de mis mejores contactos es en correos. El día que descubrí que allí trabajaba una española se me abrieron los cielos. Todo fue muy casual. Yo voy a buscar un paquete, me toca su mostrador, comenzamos a hablar en inglés, y cuando le enseño el carné holandés para verificar la identidad me dice, “Anda, tu eres español como Yo”. Y ya está. No hizo falta más nada. Amigos para siempre. Nos pegamos media hora hablando, para rabia y desaprobación de la gente que esperaba, y desde entonces hasta ahora, aquí paz y en el cielo gloria.
Esta mañana estuve de nuevo en correos. El peor día es el sábado. Como entre semana cierran a las 18.00 mucha gente aprovecha para ir los sábados por la mañana a recoger o a enviar correo. Cuando llegué y cogí número tuve que asumir, tristemente, que me iba a pegar al menos una hora esperando. La cola era de escándalo. Me apalanco en una columna a esperar mi turno, y cuando no llevo ni dos minutos allí apoyado, empiezo a oir unos gritos en español. Miro, y allí está, mi salvadora, mi chaleco salvavidas en ésta tórrida mañana de sábado. “¡Pero que haces ahí, chiquillo, ven pa’ca” Yo traté de no abusar mucho: “no te preocupes, me espero”, pero ella seguía en sus trece, “que vas a esperar tú, vente aquí que Yo te atiendo”. Me dirijo al mostrador 1, y por si alguno aún no se había dado cuenta, se gira y les grita a los otros tres trabajadores que me va a atender a mí. Todas las miradas de la oficina, todos esos cabezones rubios de mierda se giraron al unísono y concentraron su odio, su ira, y su, por qué no decirlo, envidia sobre mí. Yo me encogí todo lo que pude, pero ¡que coño! Ya me odiaban todos, así que pasé de todo y nos pusimos a hablar un rato. Ya me ha avisado que no tendré tratamiento VIP dentro de dos semanas, porque se va a España de vacaciones, pero por otro lado, hemos quedado para cenar a mediados de septiembre.
El otro contacto hispano utilizado frecuentemente es en el mercado, donde gracias a la chica que habla español, sobrevivo y puedo comprar las verduras que necesito para cocinar. Allí, siempre que voy y alguno de los otros empleados me pregunta, yo les digo que yo espero a que “Carmen” me atienda. Los días que están de cachondeo, se dedican a repetir todo lo que decimos en español, con la gente que está comprando parándose a mirarnos. En el momento en el que termino de comprar, cuando me despido en español de ella, ya se ha convertido en tradición que todos los empleados de la tienda al unísono me dicen Adiós agitando las manos. Al principio me daba corte, pero ahora ya me la trae al fresco.
En la cantina de mi empresa teníamos una chicharrera, María, pero ya se ha retirado y se ha marchado de vuelta a Tenerife. Ella era la que me recomendaba la comida, y desde su marcha, sobrevivo a base de agua, y de helados Mágnum porque no me fío un pelo de las mierdas que cocinan allí.

viernes, agosto 08, 2003

Día 8. Los patinadores


Los chicos iban a patinar todas las tardes al parque Santa Catalina. Les gustaba por las amplias superficies que allí habían, sin vehículos, sin obstáculos, sin niños pequeños ni estúpidas madres que les echaran la bronca cada vez que se aproximaban a sus pequeñas alimañas. Además, el parque se dividía en zonas. Estaba la parte trasera, desierta, con poca iluminación por las noches, rodeada por un descampado en donde los mendigos gastaban su sueño. Limitaba con el muelle, al que se podía llegar desde allí, lo cual era otro aliciente. Se podía patinar por toda esa zona, salvo la franja más próxima al descampado, en donde el olor de la orina y de las heces de los mendigos, no aconsejaba el acercarse.
En la parte delantera se ponían los skaters. A ellos les gustaban los paterres con cemento, que simulaban rampas, y que les permitían realizar sus filigranas. Los patinadores también subían por esas rampas, pero como todos sabemos, ambos grupos no se llevan muy bien, así que preferían la parte trasera del parque para sus reuniones. La unión entre ambos mundos era a través de un pasadizo que cruzaba entre dos antiguos edificios remozados. Uno era el Elder y el otro Miller. En uno habían hecho una amplia plaza cubierta, que, como posteriormente se descubrió, sólo servía para que durmieran los mendigos, por lo que el ayuntamiento se vio obligado a poner verjas en sus puertas, y cerrar la plaza, convirtiéndolo finalmente en una inmensa e inútil mole de añejos ladrillos, con algo que, la elite intelectual y posiblemente estúpida de la ciudad, denominaba solera. El otro era un proyecto de museo y un proyecto de aparcamiento. Quedó en eso, en proyecto, porque la desidia y el desinterés de los gobernantes municipales impidió que en él se llegara a hacer algo.
Ese día los muchachos llegaron un poco más tarde que de costumbre al parque. La culpa la tuvo el fútbol. Daban un partido por la tele y no se lo quisieron perder. Después de que hubo acabado, se reunieron, y tiraron para el parque. Eran un grupo heterogéneo. Cinco amigos, cuatro chicos y una chica, audaces y despreocupados. Todos tenían patines con ruedas en línea, aunque unos llevaban las cuatro ruedas, y otros, por fardar, sólo llevaban dos, las más exteriores, según ellos, eso les daba mayor velocidad y mayor control, según las malas lenguas, eran como los catalanes, y lo hacían sólo por ahorrar, ya que así cuando se les desgastaban las dos ruedas, tenían de repuesto las que habían quitado. La chica parecía la más responsable, por lo menos era la que menos se la jugaba a la hora de inventar nuevas piruetas, o de repetir las que los otros habían realizado. Su edad, así como el ejercicio, le habían moldeado un cuerpo bonito, y ella, que lo sabía, no dudaba en usar ropa que lo resaltara. Aquel día parecía la Nancy patinadora. Llevaba sus rodilleras y las protecciones de las manos a juego con la ropa que se había puesto. Ellos no resaltaban precisamente por el cuidado en el vestir. Tampoco les hacia falta. Eran jóvenes, y aún no habían llegado a la edad en que hay que preocuparse por el qué dirán.
Entraron al parque desde la calle de los bancos, y una vez llegaron a él, dieron una vuelta alrededor de los skaters, para ver qué hacían y quienes estaban hoy, y después enfocaron el pasadizo entre los edificios. Al cruzarlo, comenzó el ritual de dar unas cuantas vueltas antes de sentarse a hablar. Uno de ellos iba patinando hacia atrás, alardeando de su dominio sobre los patines. De repente, algo que pisó, sonó y le frenó el pie. Perdió el equilibrio, y casi no pudo recobrarlo. Una vez se hubo recuperado, se detuvo y se acercó a lo que había pisado. Supuso que sería una mierda de perro. Era muy habitual que los insolidarios dueños, cuando sacaban sus animales a hacer sus necesidades, no las recogieran. En esta ciudad, o quizás en todas las ciudades, pocos son capaces de discernir lo fácil que sería mejorar la calidad de vida con esas pequeñas acciones. Cuando llegó a su lado, se dio cuenta que era algo raro. Estaba rodeado de líquido rojo, parecido a la sangre, y era como una pequeña masa blanquecina. Se agachó a mirarla, y entonces comprendió lo que era. Un ojo aplastado lo miraba desde el suelo. El patín lo había destrozado, pero aún se podía reconocer lo que era. Un sudor frío le recorrió el cuerpo. Se quedó allí, mirándolo, sin saber qué decir o qué hacer. Los otros, al comprobar que no iba con ellos y que estaba agachado mirando algo muy interesado, se acercaron. Él no les dijo nada. Cada uno lo descubrió por sí mismo. Cuando se oyó el grito, el chico, que se llamaba Juan, supuso que era ella, Susana, la que se había puesto a gritar. Sin embargo, al levantar la vista, vio que ella sólo lloraba, mientras que el que estaba preso de un ataque de histeria era Pedro. Había perdido el equilibrio y había caído al suelo, en donde seguía gritando. Sus gritos atrajeron la atención de otras personas que estaban en el parque. Por fin, Juan reaccionó.
- No os mováis. Voy a avisar a la policía, quedaos aquí.
Salió patinando hacia el edificio de protección civil, que estaba en el otro lado del parque.
Susana se acercó a Pedro y lo sacudió. Eso pareció tranquilizarlo. La gente que estaba en los alrededores se estaban acercando a ver qué pasaba. Es curioso como cualquier atisbo de problema atrae siempre a las multitudes. Nos regodeamos en el mal ajeno. Se comenzó a formar un círculo alrededor de los chicos, que permanecían allí, custodiando el ojo aplastado, mientras el público circundante elaboraba las primeras versiones, y los que iban llegando, a partir de informaciones sesgadas intuidas al espiar las conversaciones ajenas, comenzaban a plantear exóticas historias para explicarlo.
Finalmente Juan apareció, acompañado de un par de guardias municipales y de personal de protección civil. Los policías, después de mirar el ojo, avisaron por sus emisoras y comenzaron a dispersar a la gente. Por supuesto, eso produjo el efecto contrario. Ahora, venía gente de las terrazas del parque, curiosos ansiosos por saber. Los cinco muchachos fueron aislados del resto. Tenían que declarar. Aparecieron nuevos policías que comenzaron a rastrear el parque en busca de nuevos restos. Trajeron perros, aunque fueron inútiles. Esos animales están acostumbrados a buscar droga, no partes de seres humanos. Los mendigos, que ya habían tomado posesión de la trasera del parque, fueron expulsados, en bien de la investigación. Curiosamente llegó una ambulancia. ¿Para qué? El ojo cupo en una pequeña bolsa, pero, por razones burocráticas, ese traslado se tenía que hacer en una ambulancia.
Comenzó la tertulia. Hasta que no llegase el juez de guardia, no se podía levantar el ojo. Y a los jueces de guardia les gusta hacerse esperar.

jueves, agosto 07, 2003

Día 7. La caló


No os podéis imaginar el calor que hace por aquí arriba. Estamos en más de 35 grados, y esto es el infierno. Por suerte para mí tengo prestado el coche de un amigo y sobrevivo moviéndome con el coche con el aire acondicionado al máximo. Esto de prestar coches no es un deporte popular en España, pero aquí, por alguna razón, o porque le he caído en gracia a la gente funciona muy bien. En la actualidad mantengo dos donantes de coche en plantilla. Uno es un Peugeot 205, viejillo, pero al que le he cogido mucho cariño, y el otro es un flamante Audi A3, con el que se vacila mazo en todos lados. Tengo a la gente de mi empresa preguntándose de donde coño he sacado ese coche, y Yo sonriendo pícaramente y obviando las preguntas. ¿Alguna vez os han prestado un coche? A mí como ya he dicho sí. He perdido la cuenta, pero desde mí distorsionado punto de vista, el mundo está lleno de gente que te quiere prestar su vehículo, y yo nunca rechazo una de esas invitaciones.
Este lunes pasado vi Tomb Raider: The Cradle of Life. Que decepción más grande. Es que no gano para disgustos. Si el viernes me llevé el palo de Terminator 3, el lunes aún no repuesto de ese me cae el de Lara Croft. Concretando para que incluso los retardados lo entiendan: ¡Qué mierda de película! No merece la pena ni por ver a Angeline Joile en bañador. Es estúpida de principio a fin. Lo más alucinante de la película fue el cine. Los multicines de este villorrio no tienen aire acondicionado, aunque sí calefacción. Esto no es un problema en invierno, pero en un verano como este se convierte en un problemón del quince. La sala estaba que se caía de gente, con las dos plantas llenas, así que me pertreché con los tres cuartos de litro de una Coca-Cola normal y traté de concentrarme en la película para no notar al chino al lado mío haciendo gárgaras con la Coca-Cola. Por una vez en mi vida dí gracias por el intermedio en el cine, porque tras una hora, estaba más mojado que el coño de la Veneno. Ya sé que tengo fama de exagerado, pero os juro por las bragas de Aramís Fuster que al llegar el intermedio tuvieron que abrir las puertas de emergencia para enfriar la sala. La gente salía mojada. La diferencia con la calle era de al menos 5 grados más dentro de la sala, y fuera habían casi 30. El chino me lloraba diciendo que no quería volver a entrar, pero le recordé que pagamos un dinero, y que aunque muriésemos allí veíamos la película completa. La segunda parte, por desgracia, no mejoró respecto de la primera, y al acabar la película todos y cada uno de los presentes teníamos el aspecto de compresas usadas andantes.
Pues eso, que hace mucho calor y no me apetece escribir más.

miércoles, agosto 06, 2003

Día 6. Volare


Hace tiempo que no comento las cosas que habitualmente me suceden en los aviones, y creedme cuando os digo que me siguen pasando cosas cuando viajo. Yendo en orden cronológico inverso, en mi último viaje, a Venecia llego al aeropuerto tempranito, y me encuentro en la sala de espera con una tía vestida de novia, REPITO, vestida de novia, con el colega a juego que iban a tomar el mismo avión que Yo. Hay que ser un psicópata o un freak total para ir de luna de miel con el traje puesto, con esos zapatos incomodísimos y sin la posibilidad de llevar equipaje de mano porque el traje, con el miriñaque, abultaba más que un tonel de 1000 litros. Pero ella estaba allí, radiantemente demacrada, con el vestido todo sucio por los bajos, pero dispuesta a hacer realidad su luna de miel de ensueño. Una vez entro al avión, me los encuentro en clase turista, con ella totalmente colapsada por ese traje monstruosamente aparatoso, y él, escorado en un ladito de su asiento tratando de dar más espacio a su media naranja. Supongo que fueron las dos peores horas de su vida, porque ir así, con toda esa artillería en tan poco espacio no debe ser muy agradable. Consideraciones morales aparte, que las hay, Dios, que traje más horroroso que llevaba la hijaputa. Y si seis meses antes ya has decidido que vas a vivir con el dichoso traje puesto durante 24 horas o más, ¿por qué no te lo compras un poquito cómodo y te ahorras el que te tengan que meter en el avión a empujones porque el ancho del traje es mayor que el de los pasillos del aparato? Voy un poquito más lejos. Una tía que planea ir de luna de miel con el traje de novia, es una mente retorcida que en el futuro causará problemas a la humanidad, y debería ser neutralizada.
Hubo un tercer encuentro con la feliz pareja en la terminal de llegadas. Tras dos horas comprimidos en sus asientos, me los encontré allí, esperando el equipaje. Ella, con su preclara mente antediluviana, parece que se quitó los zapatos en el vuelo y luego no se los pudo volver a poner, así que andaba descalza por el aeropuerto, cargando en sus manos los susodichos. La poca dignidad que le atribuíamos había desaparecido y daba hasta pena.
No me acuerdo si lo he contado, así que si repito, disculpas. En un vuelo anterior, dirección Birmingham, despegamos, y cuando no han pasado ni 30 segundos que estamos en el aire, el avión comienza a dar unos bandazos horrorosos. No es que diera un ligero aleteo, es que empezó a oscilar como un péndulo, con unos golpes secos, y unos cambios de ruido en el motor alucinantes. Fijaos como sería la cosa, que del miedo sentí el gusto de mis huevos en el paladar de tanto que se me subieron. Algún compartimiento de equipaje se abrió y cayeron las cosas al suelo, con la gente agarrándose donde podía. En esos momentos te das cuenta de la mierda de cinturón de seguridad que hay en los aviones, que no agarra nada de nada. No me dio tiempo a ver pasar mi vida por delante de mis ojos porque estaba ocupado tratando de no salir disparado, pero os aseguro que fue una experiencia horrorosa. Más tarde, con el avión ya en calma, el piloto explicó que entramos en las turbulencias creadas por el avión que despegó delante del nuestro, un B-747.
Y en otro vuelo anterior, éste a Dublín, me siento en la sala de espera, y tras un rato, empiezo a oír unos gritos en un idioma desconocido. Miro descaradamente, y veo un chino anciano gritando como un poseso en chino a una rubia holandesa que estaba al borde de la desesperación, o de arrearle dos galletas al viejo para que se callara. Por una casualidad de la vida, parecía haber una alta proporción de chinos en mi vuelo, y uno de ellos se acercó a hablar con el individuo, y sucedió que el hombre viajaba con nosotros pero como habían cambiado la puerta de embarque se había puesto histérico porque no hablaba nada más que chino. Lo redireccionaron a nuestra sala, y llega cargado como una mula, con por lo menos 30 kilos de equipaje de mano y hablando a grito pelado. Controlo la sala de espera de banda a banda y veo que el 20 % o más de la gente es china, así que me levanto y verifico que el avión va a Dublín y no a Pekín. El ruido fue en aumento, mientras más y más chinos se enganchaban a conversar con el anciano, que controlaba el cotarro. Cada cierto tiempo estornudaba, con una tos seca y asquerosa y como resultado del estornudo escupía un lapo en la papelera que tenía a su lado. Los esputos sonaban asquerosos y como estábamos en época de SARS, el hombre consiguió levantar las suspicacias de los otros pasajeros, y comenzamos todos a agruparnos en el extremo opuesto de la sala de espera. Finalmente llegó la hora de volar, y por primera vez en mi vida de viajero aéreo, las azafatas tuvieron que pedir a la gente que guardaran las cosas bajo sus asientos porque los compartimientos superiores estaban que explotaban de cosas. Allí el que menos llevaba 15 kilos, salvo Yo que era el primo de los 7 kilos que marca KLM y que por si acaso los respeto con otras compañías. Ahora sé que Aer Lingus es una aerolínea de gitanos y que se puede llevar cualquier cantidad en cabina con uno. Aunque no lo podía ver porque estaba sentado más atrás, oía al viejo estornudando y lanzando los esputos, pero nunca quise averiguar hacia donde los lanzaba. El chino desgraciado que se sentó al lado mío tuvo que cargar todo el viaje con una maleta, un abrigo y cuatro bolsas que llevaba y que no pudo meter bajo el asiento. Así y todo se comió la magdalena, el té y el bocadillo que le dieron.