sábado, agosto 30, 2003

Día 30. Policías en la casa


Como él estaba tan alterado fue ella la que les explicó la situación. Les contó lo que había encontrado en su expedición por el interior de la casa. Esto provocó un nuevo acceso de gemidos del hombre, al que uno de los policías se llevó hacia su coche. Ella entró con el otro agente a la cocina. El policía deslizaba su saber profesional por la estancia. Curioseó tratando de no tocar nada y preguntó a la mujer por lo que pudieran haber tocado al entrar. Con cuidado se puso un guante y abrió la nevera. En su interior había una bandeja llena de carne. Si se observaba con atención se podía ver que eran corazones. También había más vísceras. Todo el compartimento de las verduras estaba lleno de tripas. Fuera de la nevera el panorama no era mucho mejor. Había dos cuerpos apilados sobre la mesa, degollados, aunque no había sangre en el suelo.
El policía se asomó al cuarto de la lavadora. Por allí las cosas no estaban mejor. Un montón de restos copaba la pileta y tanto la lavadora como la secadora escupían su macabra carga sobre el suelo. Incluso el agente comenzaba a ponerse nervioso. Un espectáculo como este seguro que no se encuentra todos los días. Siguieron el pasillo al cuarto del ordenador. Por el camino abrió la puerta del baño y descubrieron un cadáver que estaba desangrándose en el plato de la ducha. Otro yacía degollado sobre el lavamanos. En la habitación de invitados, sobre las dos camas, dos cadáveres más se encontraban boca abajo aparentemente descansando. Lo anómalo en estos cuerpos era que sus cabezas estaban giradas 180 grados y miraban hacia el techo con un rictus de terror absoluto en sus caras. Ahora ella y el policía iban muy juntos avanzando por el pasillo preparándose para las dos habitaciones que quedaban. El cuarto del ordenador, del que salía la música, ya había sido visitado por la mujer, que prefirió quedarse en la puerta mientras el pobre hombre, que comenzaba a descomponerse, echaba un vistazo. Sólo les quedaba el dormitorio principal con su cuarto de baño. A ella le cruzó un fugaz ruego por su cabeza. “Mi ropa no, Dios Mío”. Abrieron la puerta. Parecía que al menos aquella habitación se había librado de la matanza. Encendieron la luz. Entonces lo vieron. Las paredes estaban totalmente pintadas con sangre. Lo mismo que las cortinas. Siguieron hasta el baño del dormitorio. Allí, un cadáver estaba sentado en el retrete mientras dos más se abrazaban en la bañera aparentemente bañándose en su propia sangre. El espejo del baño estaba roto cruzado por una grieta que dejaba ver los azulejos de la pared.
Después de ver la escena, sin decirse ninguna palabra, se miraron y retrocedieron hasta la puerta de entrada de la casa. El policía fue hacia el coche y le dijo a su compañero que solicitara refuerzos, muchos refuerzos. La noche acababa de comenzar y se prometía movidita.