miércoles, agosto 20, 2003

Día 20. Pasaporte


Llevo unos cuantos meses tratando de renovar mi pasaporte. Finalmente lo conseguí ayer pero he tenido que sortear todo tipo de trabas burocráticas. La primera vez que fui a la Policía Nacional para renovarlo me dijeron que tenía que esperar hasta que faltaran tres meses o menos para caducar. La segunda vez faltaba una semana para que entrara dentro de ese plazo, así que la funcionaria primero me lo cortó con la tijera, y después me dijo que tenía que volver la semana siguiente. Como volvía a Holanda y eso no era posible me dijo que fuese al día siguiente con el pasaje para verificarlo y hacerme el nuevo. Así que allí estoy yo al día siguiente con mi pasaporte roto, mi billete, mis fotos, el dinero y la cabrona de mierda se había tomado un día libre y su compañera me dijo que ella no se responsabilizaba de eso, que no me lo renovaba y que supiera que no se podía andar con el pasaporte roto. La única alternativa que me dio fue hacerme uno nuevo que caducaría en tres meses y una semana. Comprenderéis que la mandé a tomar por culo mar adentro y desistí.
Un par se semanas más tarde hice un nuevo intento en la policía del aeropuerto de Málaga pero puesto que caducaba en septiembre y viajaba dentro de la comunidad europea no me hicieron ni puto caso.
En esta nueva visita a las Canarias me planteé el renovarlo de nuevo y voy el lunes a la policía. Veo a las dos perras asquerosas que previamente me han jodido y me acerco a preguntarles. Esta vez me salieron con que están haciendo un nuevo modelo y sólo se dan 50 números por día teniendo que ir temprano para recoger el dichoso número porque hay mucha demanda.
Contacto con mi tía y ella organiza la operación CONSEGUIR NÚMERO. Manda a la señora que le trabaja en la casa por las mañanas. Las instrucciones eran claras:
1. Ir a la policía a las 7.30
2. Hacer cola una hora
3. Recoger el número
4. Volver a la base
Tres cuartas partes de la misión fueron un éxito, pero tras conseguir el número la muy subnormal se quedó allí esperando Dios sabe qué. A las 9.30 se realiza un contacto y averiguamos que tengo el número 32 y que tengo que estar allí a las 10.00. En una operación de emergencia salgo disparado y consigo llegar a las 10.10. El número por el que iban era el 26, ¡uff! Que alivio.
La gente tiene un concepto muy grande de los números y dentro del número 26 habían 5 pasaportes, el del padre, la madre, los dos niños y la tía. Si tenemos en cuenta que se tarda unos 5 minutos por pasaporte aquello iba a ser casi media hora. Para empeorar las cosas, tras el tercero de esos documentos se escoñó la impresora que los hace. Una hora esperando que la repararan, un motín en la policía con la gente empezando a ponerse nerviosa, la funcionaria desquiciada (¡pero se lo merecía, coño!). Tras muchos sudores, gritos y juramentos lograron arreglar la maquina y proseguir con el trabajo. A esas alturas teníamos a un policía en la sala para proteger a las dos zorrillas que trabajan allí, porque se quejaban de que se estaban agobiando con la gente, personas sencillas cuyo único pecado era el haber tenido que hacer una cola desde las 7.30 (y algunos desde las 6.00) para conseguir un número y después tener que esperarse unas horas para tener el puto documento.
Pasada una vida finalmente llegó mi número. Me acerco, le doy todo, ve el pasaporte roto y me pone mala cara. Le dejo bien claro que ella fue la zorra que me lo rompió con las tijeras hace dos meses y entonces recuerda y me pregunta porqué no fui al día siguiente como me dijo. Le cuento que estuve, que ella se cogió un día libre y que la guarra que está al lado de ella no se quiso hacer responsable. Le echa una mirada de profundo desprecio y se enzarzan en una reyerta sobre los deberes en el trabajo. Están unos minutos mostrando su lado barriobajero y en uno de los escasos instantes de silencio que hubo les pido por Dios y por la Virgen que me hagan el puto pasaporte y que se vayan las dos a tomar por saco. Me lo hicieron y tras todo este sufrimiento, al fin tengo un pasaporte nuevo.