lunes, agosto 11, 2003

Día 11. Los inspirados


El primer día ni siquiera se dieron cuenta del cambio. Ella continuaba haciendo las cosas que normalmente hacia, y nadie notó nada. El segundo día, por la mañana, su hijo le preguntó si le sucedía algo. La notaba rara. Era algo en su forma de actuar, un sutil cambio al prepararle el desayuno. Su marido no le prestó atención a que no le preparara la ropa como solía hacer todas las mañanas. Eligió una camisa y un pantalón al azar, cogió un par de calcetines y unos calzoncillos limpios, y se metió en la ducha. Al marcharse le preguntó si se encontraba mal, pero ni siquiera se molestó en escuchar su respuesta.
Ese día se olvidó de ir a recoger a su hijo al colegio. Avisaron a su esposo al trabajo. Cuando llegó con el niño a la casa, se la encontró tirada en el suelo, en el salón, respirando rápidamente y con un ligero movimiento en uno de sus brazos.
Llamó a una ambulancia. Ella no reaccionaba. Se la llevaron al hospital. Después de dejar al niño con sus suegros, fue junto a ella. La tenían en urgencias. Una nube de médicos y enfermeros revoloteaban a su alrededor, tomando muestras, provocándole reacciones, buscando respuestas. Le hicieron muchas pruebas. Ella seguía sin reaccionar. Finalmente decidieron ingresarla en una habitación. Los médicos estaban desconcertados. No sabían que era. Tenía síntomas de diferentes enfermedades, pero no tenía ninguna de ellas, y no respondía a los tratamientos que se aplicaban en esos casos.

Así pasaron tres días.

El sexto día llegó el primero. Era la hora de las visitas en el hospital, por lo que las puertas de entrada se encontraban muy concurridas. Los celadores revisaban los pases para permitir la entrada en el centro, y la gente se afanaba en darles el esquinazo para poder pasar más gente de la autorizada. De repente alguien que llegó andando se saltó las colas y trató de entrar. El celador lo detuvo. Al preguntarle que a donde iba, respondió que iba a ver a la Señora. Parecía atontado. Tuvieron que llamar a seguridad para que se encargara de él. No sabía como se llamaba, ni donde vivía. En su documentación, encontraron sus datos personales. Llamaron a su familia, que vino a recogerlo. Nadie entendía que le pasaba.
Esa noche hubo otro. Llegó bien tarde, y estuvo rondando la entrada de urgencias hasta que los de seguridad se lo llevaron. Decía que quería ver a la Dama. No daba más razones, ni era capaz de comprender nada. Hicieron como con el anterior.

El séptimo día fue la avalancha. Desde por la mañana comenzó a llegar gente. Eran de todas las clases sociales. Algunos venían sin arreglarse, y otros daba la impresión que venían a trabajar, con sus maletines. Había incluso niños. Todos tenían en común que venían a ver a la Dama o a la Señora. Nadie sabía a quien se referían. Descubrieron quien era cuando uno de ellos consiguió colarse. Era un médico del hospital. Lo dejaron pasar, y lo descubrieron más tarde las enfermeras en la habitación de la mujer que nadie sabía que tenía. Estaba allí, a su lado, llorando desconsoladamente, cogiéndole la mano. Se necesitaron varias personas para sacarlo de allí. Le tuvieron que dar tranquilizantes. A ella se le volvió el pelo blanco. Sin embargo estaba más bella que nunca. Parecía dormida. La multitud que se estaba congregando en la entrada del hospital obligó a los responsables a avisar a la policía.
En las noticias del mediodía informaron que en algunos lugares del país, se habían producido algunos incidentes en aeropuertos con personas que intentaban colarse en aviones. No le dieron mayor importancia. Por la tarde el hospital tenía un gran problema. No había forma de disolver aquella muchedumbre. Eran como zombies. Sólo querían entrar para estar con su Dama. Era lo único que decían. Permanecían en silencio alrededor de las puertas buscando la forma de colarse. Por la tarde fue cuando llegaron los equipos de especialistas enviados por el gobierno. También la Cruz Roja comenzó a actuar, atendiendo a los que presentaban síntomas de deshidratación. La policía los cacheaba, y a los que tenían documentos avisaban a sus familias. Los otros, los indocumentados, simplemente eran identificados por sus familiares cuando al acudir a las comisarías a denunciar su desaparición los enviaban directamente al hospital.
En los telediarios de la tarde, la noticia ya se había aupado a los titulares. Los corresponsales de varias ciudades informaban de personas que avanzaban dando tumbos por las calles, buscando la forma de llegar a donde se encontraba su Señora. En nuestra ciudad la cosa iba a peor. Continuaban llegando personas al hospital. Las autoridades hablaron con la familia para trasladar a la mujer a otro centro. Un hospital militar en el que sería más sencilla la contención de los inspirados. El mote se lo pusieron en una tertulia en la radio, y caló entre todos los informadores de los diferentes medios de comunicación. Su esposo dio el visto bueno. Se los llevaron en un helicóptero que aterrizó en la azotea del edificio. Los inspirados reaccionaron al instante, comenzaron a andar en la dirección a la que se dirigía el helicóptero. El hospital militar estaba en las afueras de la ciudad, pero eso no los detuvo. Esa noche todos los cuerpos de seguridad movilizaron a todos sus miembros para contener la avalancha. Además, comenzaron a llegar personas de otros lugares, de otras provincias. Se hablaba incluso de gente de otros países. La nube de periodistas también creció frente al nuevo hospital. Algunas de las estrellas de la tele montaron su feria enfrente del hospital. La televisión pública organizó un especial "Quien sabe donde". Retransmitían imágenes de las personas que estaban allí congregadas, para que sus familias las identificaran y vinieran a buscarla. También apareció un nuevo colectivo. Eran los curiosos. Como una nube de buitres, llegaban para mirar y dar su docta opinión sobre lo que estaba sucediendo. Una mente lúcida vio algo que tenían todos los inspirados en común: eran hombres. No había una sola mujer entre ellos. Nadie sabía por qué.

El octavo día, los tertulianos de los programas matutinos desarrollaban descabelladas teorías sobre el suceso. Habían programas en los que incluso alguno de sus miembros no habían acudido. La enfermedad avanzaba por todo el país. Los oportunistas hicieron su aparición frente al hospital. Proclamaban el fin del mundo y exhortaban a todos a arrepentirse de sus pecados, eso sí, no se olvidaban de pasar el gorro para recoger la pasta. Parecía un día de fiesta. Los vendedores ambulantes anunciaban su mercancía, aunque pronto se dieron cuenta de que, salvo los curiosos, allí no había mercado, porque los inspirados continuaban a lo suyo. Dentro del hospital los médicos se afanaban en encontrar que era lo que hacía que esa mujer provocara esa reacción. Los militares habían traído también "expertos". Ingenieros que miraban los campos electromagnéticos, y procuraban, con sofisticados artilugios, averiguar lo que le sucedía a la mujer. Su esposo miraba asombrado a toda aquella gente, aunque callaba.
Al final del día, la mujer despertó. De repente todos los aparatos que habían metido en la habitación en la que estaba internada empezaron a pitar, zumbar, escupir rollos de papel continuo totalmente rayado. Hubo un revuelo allí dentro. La energía que se estaba concentrando en la habitación luchaba por encontrar una salida. Los tubos fluorescentes se fundían, mientras los cebadores explotaban como palomitas de maíz. Los elementos metálicos soltaban chispas, mientras el aire de la habitación estaba viciado. Se podía notar la cantidad enorme de ozono que había en el ambiente. Fuera, en el exterior, los inspirados comenzaron a despertar de su embotamiento. Estaban desorientados. Ninguno sabía donde se encontraba, o por qué estaba allí. Sólo sentían que estaban en paz. Pasó bastante tiempo hasta que se hubieron ido todos. Ella, la mujer que lo provocó, todavía está sometida a medicación. Nadie sabe que le sucedió. Hay muchas teorías: un milagro, una intervención divina, un suceso paranormal, una confluencia de energías de la naturaleza. No se sabe.

Ahora todo es como antes. O quizás no. Algunos creen que hemos recibido un aviso. Otros dicen que fue un montaje. Qué más da.