miércoles, agosto 06, 2003

Día 6. Volare


Hace tiempo que no comento las cosas que habitualmente me suceden en los aviones, y creedme cuando os digo que me siguen pasando cosas cuando viajo. Yendo en orden cronológico inverso, en mi último viaje, a Venecia llego al aeropuerto tempranito, y me encuentro en la sala de espera con una tía vestida de novia, REPITO, vestida de novia, con el colega a juego que iban a tomar el mismo avión que Yo. Hay que ser un psicópata o un freak total para ir de luna de miel con el traje puesto, con esos zapatos incomodísimos y sin la posibilidad de llevar equipaje de mano porque el traje, con el miriñaque, abultaba más que un tonel de 1000 litros. Pero ella estaba allí, radiantemente demacrada, con el vestido todo sucio por los bajos, pero dispuesta a hacer realidad su luna de miel de ensueño. Una vez entro al avión, me los encuentro en clase turista, con ella totalmente colapsada por ese traje monstruosamente aparatoso, y él, escorado en un ladito de su asiento tratando de dar más espacio a su media naranja. Supongo que fueron las dos peores horas de su vida, porque ir así, con toda esa artillería en tan poco espacio no debe ser muy agradable. Consideraciones morales aparte, que las hay, Dios, que traje más horroroso que llevaba la hijaputa. Y si seis meses antes ya has decidido que vas a vivir con el dichoso traje puesto durante 24 horas o más, ¿por qué no te lo compras un poquito cómodo y te ahorras el que te tengan que meter en el avión a empujones porque el ancho del traje es mayor que el de los pasillos del aparato? Voy un poquito más lejos. Una tía que planea ir de luna de miel con el traje de novia, es una mente retorcida que en el futuro causará problemas a la humanidad, y debería ser neutralizada.
Hubo un tercer encuentro con la feliz pareja en la terminal de llegadas. Tras dos horas comprimidos en sus asientos, me los encontré allí, esperando el equipaje. Ella, con su preclara mente antediluviana, parece que se quitó los zapatos en el vuelo y luego no se los pudo volver a poner, así que andaba descalza por el aeropuerto, cargando en sus manos los susodichos. La poca dignidad que le atribuíamos había desaparecido y daba hasta pena.
No me acuerdo si lo he contado, así que si repito, disculpas. En un vuelo anterior, dirección Birmingham, despegamos, y cuando no han pasado ni 30 segundos que estamos en el aire, el avión comienza a dar unos bandazos horrorosos. No es que diera un ligero aleteo, es que empezó a oscilar como un péndulo, con unos golpes secos, y unos cambios de ruido en el motor alucinantes. Fijaos como sería la cosa, que del miedo sentí el gusto de mis huevos en el paladar de tanto que se me subieron. Algún compartimiento de equipaje se abrió y cayeron las cosas al suelo, con la gente agarrándose donde podía. En esos momentos te das cuenta de la mierda de cinturón de seguridad que hay en los aviones, que no agarra nada de nada. No me dio tiempo a ver pasar mi vida por delante de mis ojos porque estaba ocupado tratando de no salir disparado, pero os aseguro que fue una experiencia horrorosa. Más tarde, con el avión ya en calma, el piloto explicó que entramos en las turbulencias creadas por el avión que despegó delante del nuestro, un B-747.
Y en otro vuelo anterior, éste a Dublín, me siento en la sala de espera, y tras un rato, empiezo a oír unos gritos en un idioma desconocido. Miro descaradamente, y veo un chino anciano gritando como un poseso en chino a una rubia holandesa que estaba al borde de la desesperación, o de arrearle dos galletas al viejo para que se callara. Por una casualidad de la vida, parecía haber una alta proporción de chinos en mi vuelo, y uno de ellos se acercó a hablar con el individuo, y sucedió que el hombre viajaba con nosotros pero como habían cambiado la puerta de embarque se había puesto histérico porque no hablaba nada más que chino. Lo redireccionaron a nuestra sala, y llega cargado como una mula, con por lo menos 30 kilos de equipaje de mano y hablando a grito pelado. Controlo la sala de espera de banda a banda y veo que el 20 % o más de la gente es china, así que me levanto y verifico que el avión va a Dublín y no a Pekín. El ruido fue en aumento, mientras más y más chinos se enganchaban a conversar con el anciano, que controlaba el cotarro. Cada cierto tiempo estornudaba, con una tos seca y asquerosa y como resultado del estornudo escupía un lapo en la papelera que tenía a su lado. Los esputos sonaban asquerosos y como estábamos en época de SARS, el hombre consiguió levantar las suspicacias de los otros pasajeros, y comenzamos todos a agruparnos en el extremo opuesto de la sala de espera. Finalmente llegó la hora de volar, y por primera vez en mi vida de viajero aéreo, las azafatas tuvieron que pedir a la gente que guardaran las cosas bajo sus asientos porque los compartimientos superiores estaban que explotaban de cosas. Allí el que menos llevaba 15 kilos, salvo Yo que era el primo de los 7 kilos que marca KLM y que por si acaso los respeto con otras compañías. Ahora sé que Aer Lingus es una aerolínea de gitanos y que se puede llevar cualquier cantidad en cabina con uno. Aunque no lo podía ver porque estaba sentado más atrás, oía al viejo estornudando y lanzando los esputos, pero nunca quise averiguar hacia donde los lanzaba. El chino desgraciado que se sentó al lado mío tuvo que cargar todo el viaje con una maleta, un abrigo y cuatro bolsas que llevaba y que no pudo meter bajo el asiento. Así y todo se comió la magdalena, el té y el bocadillo que le dieron.