martes, agosto 05, 2003

Día 5. La buena educación


Hoy voy a despotricar un poco sobre las buenas maneras en la mesa, mientras comemos. Desde hace unos ocho meses, este es un tema que me reconcome, que me corroe por dentro de forma insistente. La razón de esta comezón no es otra que mi amigo Chino. Tras la marcha del Indonesio y del Sueco de mi empresa, acabé abocado a almorzar sólo con el chino. No tengo nada contra él, es una persona encantadora, pero en la mesa es un animal al que yo degollaría con gusto. El motivo no es otro que la mierda de cultura china que le inculcaron a lo largo de veintipico años. Nosotros aquí, en la vieja Europa, no tenemos una cultura tan milenaria como la de esta gente, pero en el poco tiempo que hemos tenido, hemos evolucionado más rápidamente. Lo mismo se aplica a los moros de mierda. Mucha matemática, mucha arquitectura, mucha cultura, pero las mujeres son tratadas como los perros, comiendo separadas, no respetan ninguna otra religión, y la palabra fundamentalismo siempre va unida a su religión. Pero volvamos al tema, que ya empiezo a derivar hacia otros mares. En la mesa, la cultura española es soberbia. Nos permite adquirir energía para el cuerpo y al mismo tiempo realizar un acto social. Si miramos a los holandeses, un almuerzo para ellos son 4 rebanadas de pan y 1 vaso de leche cruda (no queréis saber lo que es, pero desde aquí os digo que es asquerosa) y mientras comen no dicen ni pío. Esa es una de las razones por las que no como con holandeses, porque si hay algo que me joda es que nos sentemos a una mesa, después de que me hayan invitado a comer con ellos, y se dediquen a ignorarse unos a otros durante veinte minutos sin decir nada. El chino, por otra parte, habla mientras come, lo cual es bueno. No quiere decir que lo entienda, líbreme Dios de tal don, que el chino habla un inglés terrible, y tras casi dos años comiendo juntos y saliendo, aún no le pillo más de un 30 o 40 por ciento, y eso si estoy sobrio y no hay ruido de fondo. Pero bueno, el chico hace un esfuerzo y habla. Esa parte no me molesta.
A mí lo que me jode, lo que me toca los huevos de una forma terrible, es que mastica con la puta boca abierta. Es que se ve la comida moviéndose en la boca de banda a banda, moldeándose antes de seguir el caminillo hacia el estómago, y a mí, os lo juro por Jesucristo, eso me pone enfermo. Es sentarme en la mesa y ver al chiquillo empezar a comer, y Yo tiemblo. Procuro distraerme, cuento las baldosas del suelo, cuento los árboles del bosque cercano, me miro las uñas, miro a la gente de las otras mesas, pero no hay forma. Mi cerebro hipersensibilizado magnifica atronadoramente el ruido que producen sus molares al machacar la comida. ¡Chás! ¡Chás! Es que me puede. Lo mismo pasa cuando vamos a comer a un chino, incluso peor, porque entonces comemos con palillos, y como hayan fideos, empieza a sorber, y Yo me envaro como una serpiente cobra, listo para atacar. Yo lo siento, pero esto del masticado en abierto, sin codificar, a mí no me va.
Sólo hay una cosa peor que ese momento, y es cuando acaba de comer y comienza el momento Coca-Cola. Tengo pesadillas con ese momento, se repite en mi cerebro continuamente. Sucede siempre en la parte final de la comida, y cuando lo veo venir procuro llamar a alguien por teléfono o buscar a algún gilipollas al que preguntarle algo para despistarme. El momento Coca-Cola sucede cuando el chino se pega un buen trago de Coca-Cola, cierra la boca (por fin!) y comienza a enjuagarse la boca con la bebida. Ese líquido agitándose de un lado a otro de la boca, ¡Fun! ¡Fun! De adelante a atrás, de arriba abajo, con la bebida golpeando las paredes de la boca, y ese ruido, que mi cerebro vuelve a amplificar y que yo no soporto. Este proceso se repite cinco o seis veces, y son como aldabonazos pegados sobre mi tumba. ¡Que mal lo paso! Me pongo enfermo. El momento Coca-Cola tiene una continuación en el cine. Cuando vamos al cine juntos, el siempre se compra una bebida normal, y aquí voy a hacer un inciso. La bebida “pequeña” es de medio litro, la “normal” de ¾ de litro y la “grande de litro y 1/4. así que imaginaos cuando se me sienta al lado, comienza la película, y empieza a trabajarse la boca con tres cuartos de litro de bebida. Es casi una hora de sufrimiento en la que yo me escoro totalmente hacia el lado opuesto al que se sienta el chaval, en la que intento que todos mis sentidos se centren en la pantalla y en nada más que la pantalla.
A veces lo consigo, pero en otras no, y son esas las que recuerdo siempre.