sábado, agosto 09, 2003

Día 9. La conexión española


Ser español fuera de España tiene sus ventajas. Tan pronto como un paisano te identifica, normalmente tienes tratamiento VIP, salvo si vas al consulado, donde nunca se cansarán de torearte para hacer honor a la fama de la burocracia española. Pero fuera de ahí todo es coser y cantar.
Yo tengo mi red de contactos españoles en mi ciudad y raro es el sitio en el que no hay un paisano. En el mercado, en el ayuntamiento del pueblo, en algunos bares y restaurantes, en la tienda de bombones belgas y en otros sitios, siempre hay alguien que me atiende en español. Uno de mis mejores contactos es en correos. El día que descubrí que allí trabajaba una española se me abrieron los cielos. Todo fue muy casual. Yo voy a buscar un paquete, me toca su mostrador, comenzamos a hablar en inglés, y cuando le enseño el carné holandés para verificar la identidad me dice, “Anda, tu eres español como Yo”. Y ya está. No hizo falta más nada. Amigos para siempre. Nos pegamos media hora hablando, para rabia y desaprobación de la gente que esperaba, y desde entonces hasta ahora, aquí paz y en el cielo gloria.
Esta mañana estuve de nuevo en correos. El peor día es el sábado. Como entre semana cierran a las 18.00 mucha gente aprovecha para ir los sábados por la mañana a recoger o a enviar correo. Cuando llegué y cogí número tuve que asumir, tristemente, que me iba a pegar al menos una hora esperando. La cola era de escándalo. Me apalanco en una columna a esperar mi turno, y cuando no llevo ni dos minutos allí apoyado, empiezo a oir unos gritos en español. Miro, y allí está, mi salvadora, mi chaleco salvavidas en ésta tórrida mañana de sábado. “¡Pero que haces ahí, chiquillo, ven pa’ca” Yo traté de no abusar mucho: “no te preocupes, me espero”, pero ella seguía en sus trece, “que vas a esperar tú, vente aquí que Yo te atiendo”. Me dirijo al mostrador 1, y por si alguno aún no se había dado cuenta, se gira y les grita a los otros tres trabajadores que me va a atender a mí. Todas las miradas de la oficina, todos esos cabezones rubios de mierda se giraron al unísono y concentraron su odio, su ira, y su, por qué no decirlo, envidia sobre mí. Yo me encogí todo lo que pude, pero ¡que coño! Ya me odiaban todos, así que pasé de todo y nos pusimos a hablar un rato. Ya me ha avisado que no tendré tratamiento VIP dentro de dos semanas, porque se va a España de vacaciones, pero por otro lado, hemos quedado para cenar a mediados de septiembre.
El otro contacto hispano utilizado frecuentemente es en el mercado, donde gracias a la chica que habla español, sobrevivo y puedo comprar las verduras que necesito para cocinar. Allí, siempre que voy y alguno de los otros empleados me pregunta, yo les digo que yo espero a que “Carmen” me atienda. Los días que están de cachondeo, se dedican a repetir todo lo que decimos en español, con la gente que está comprando parándose a mirarnos. En el momento en el que termino de comprar, cuando me despido en español de ella, ya se ha convertido en tradición que todos los empleados de la tienda al unísono me dicen Adiós agitando las manos. Al principio me daba corte, pero ahora ya me la trae al fresco.
En la cantina de mi empresa teníamos una chicharrera, María, pero ya se ha retirado y se ha marchado de vuelta a Tenerife. Ella era la que me recomendaba la comida, y desde su marcha, sobrevivo a base de agua, y de helados Mágnum porque no me fío un pelo de las mierdas que cocinan allí.