lunes, agosto 18, 2003

Día 18. La Garita


Continúo mi master veraniego de playas y tras los ejemplos holandeses negativos hoy nos vamos a centrar en un caso positivo: la playa de la Garita.
Esta pequeña joya se encuentra situada en el océano atlántico, en las costas de Gran Canaria, en el municipio de Telde. Linda con el paseo marítimo del barrio del mismo nombre y su forma de concha es característica de muchas de las playas naturales de la isla. Su arena negra con una textura perfecta es el lugar ideal para descansar mientras se toma el sol. Desde tiempos inmemoriales ha habido discusiones sobre si es mejor la arena blanca, rubia o negra. Para mí, un experto en estas materias que ha pasado gran parte de su vida en la playa, no hay nada como la arena negra. Absorbe mejor el sol, y no suele ser tan asquerosamente pegajosa como la arena blanca (recordemos Amadores ...) o tan etérea como la rubia. Volviendo a nuestra playa, está sembrada de sombrillas de madera para aquellos bañistas que quieran usarlas y tiene un área de esparcimiento para niños. Nunca ha sido merecedora de bandera azul por la comunidad europea, pero esto se debe fundamentalmente a la ausencia de un puesto fijo de la Cruz Roja en la playa.
El mar, ese Atlántico de ensueño, acaricia la arena con sus aguas azules. Esas aguas cristalinas tan características de las costas canarias, perfectas para la práctica del buceo y en las que las algas brillan por su ausencia. Ese mar que se hace respetar de vez en cuando, con temporales que limpian la costa y le devuelven su brillo y su esplendor. En un buen día, con una ligera brisa uno puede disfrutar con unas olas de dos o tres metros perfectas para la práctica de deportes acuáticos con tabla. La espuma blanca como la nieve se ve tan apetitosa que le dan ganas a uno de comérsela toda no como esos espumarajos amarillos y verdes del mar del Norte de los que uno huye cual alma que lleva el diablo ante la sospecha de su insalubridad.
Junto a la playa hay una zona de grandes lavados volcánicos en la que aquellos perezosos que no quieran tenderse en la arena pueden disfrutar de su jornada playera. Estos ríos de lava forman caprichosos bufaderos para que aquellos bañistas osados desplieguen sus habilidades saltando al agua durante la marea llena.
Ya puestos en situación centrémonos en la fauna que visita la playa. Dada su ubicación estratégica, la Garita acoge mayormente visitantes de Telde, Jinamar y las Remudas. Estos dos últimos grupos merecen estudios pormenorizados por ser precursores de las tendencias de la juventud isleña. Fue en estos barrios donde se gestó la moda chandalera, las lobas y los coyotes, y toda esa jerga incomprensible que enriquece nuestro idioma.
Aquellos de vosotros a los que ir a la playa acompleja por no tener un cuerpo Danone deberíais acudir a esta porque siempre habrán cuerpos peores que el vuestro como esas chavalas Toronagasaga, esas gordas asquerosas con esos muslos dinosáuricos que rebosan esos tangas que se ponen para escasamente tapar la raja del culo y que se pasean con desverguenza por la playa, reuniéndose en manadas para criticar a otras sin pararse a pensar que quizás deberían morderse la lengua y mirar sus serranos cuerpos. Es una experiencia harto enriquecedora el tumbarte al lado de uno de estos grupos una tarde y escucharlos hablar en su jerga y de sus problemas. Confirma nuestros peores temores sobre la generación perdida y aviva los pensamientos genocidas que todos llevamos dentro.
Existe en la playa otro grupo del que hay que protegerse si eres varón. Son los mariquitas de playa. Se les reconoce fácilmente por su tendencia a los bañadores de color blanco, ropa blanca y por su finura, al acudir a la playa con sombrilla ¡Cuando a donde se ha visto un hombre con sombrilla en la playa, por Dios! El mariquita de playa se coloca a tu vera, cerca de tus pies, colocando su toalla paralela a la tuya pero tumbándose del revés, para que puedas tener una clara visión de su paquete el cual no parará de tocarse. No existen antídotos conocidos para luchar contra ellos, pero ignorarlos y dormir sin hacerles caso suele funcionar la mayor parte de las veces y los obliga a levantar el chiringuito y buscar a otro desgraciado que torturar ya que parecen no tolerar muy bien la falta de interés en sus cuerpos trabajados en gimnasio.
Finalmente está el grupo de las marujas que acuden a la playa con varios cientos de kilo de material para pasar un par de horas. Llegan a la playa gritando, permanecen gritando todo el tiempo y se marchan gritando. Gritan por todo y contra todo: sus hijos, los niños que juegan con sus hijos, los bañistas que andan cerca de sus hijos, las personas que toman el sol en sus alrededores, los socorristas, los pescadores, los policías. Estas mujeres y la tropa que las rodea son la sal que mejora el guiso y te hacen dar gracias a Dios por ser un desgraciado normal en un mundo de aberraciones.