viernes, agosto 15, 2003

Día 15. Un hombre en los inspirados


- ¿Adonde iremos desde aquí?
Parecía una pregunta tonta, sobre todo viniendo de alguien que durante toda su vida había sabido exactamente lo que quería y como conseguirlo. Ahora andaba perdido, en una ciudad que desconocía, y sólo tenía claro que tenía que llegar junto a ella, la Señora, lo antes posible, y no importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
Ya no recordaba cuando había empezado todo. Sus recuerdos eran difusos. Si trataba de pensar en lo que había hecho ayer, le dolía la cabeza. Tampoco sabía quien era el anciano que lo acompañaba, pero ambos querían ir al mismo sitio, y por eso seguían juntos.
De alguna manera lo estaban consiguiendo. Ya estaban en la ciudad. Sin embargo, habían notado que la Dama se trasladaba. Cuando ya estaban cerca de ella, se volvió a alejar. Sintieron su presencia alejarse. No mucho, pero sí lo suficiente como para tardar otro par de horas en llegar donde ella se encontraba. El anciano lo llevaba bastante bien. No podía imaginar de donde sacaba la fuerza para seguir. No habían hablado mucho durante el camino. En realidad sólo se comunicaban cuando había que tomar una decisión. Tampoco habían comido nada en las últimas 24 horas, pero el hambre no era una prioridad en esos momentos.
Lo que ambos querían, necesitaban, era estar cerca de ella. Él era un guía turístico, un holandés que había decidido irse a un clima mejor para vivir y trabajar hacía unos años. Vivía en el sur de la isla y lo único en lo que se preocupaba hasta que sintió la llamada era en el color de su bronceado y en sus gafas de sol. Su vida había transcurrido sin pena ni gloria hasta ese momento. Nunca antes había sentido la necesidad de bajar a la capital de la isla, y la ciudad le era desconocida. Al menos el anciano sabía moverse por ella, y era el que indicaba el camino la mayor parte de las veces. Sabían a donde dirigirse porque ambos sentían una especie de llamada que les indicaba la dirección, una llamada apremiante, que les incitaba a seguir y seguir sin descansar. Sin embargo ese mismo instinto los volvía estúpidos y no les permitía ver que si cogían un coche, un taxi o un autobús, podrían llegar antes. No, ellos continuaban andando a través de la ciudad, yendo de un barrio a otro. A veces veían a otras personas que como ellos la estaban buscando, pero esos otros parecían recibir otra señal y al cabo de un tiempo se separaban. Sin embargo, el anciano y él estaban sintonizados en la misma onda, o al menos eso creía él.
No sabía porqué quería verla, pero la necesidad era acuciante. Sabía que cuando llegara junto a ella todo tendría sentido, todo encajaría como las piezas de un puzzle.
- Vamos hacia allá – fue la lacónica respuesta del anciano.
Así que continuaron andando, hacia allá doquiera que fuese, sin reducir el ritmo, sin mirar atrás, siempre adelante.