lunes, mayo 19, 2003

El Francés




Un sábado cualquiera de fin de verano en Holanda, con temperaturas altas, por encima de los 25 grados, quedo con mi amigo turco para irnos de copas al centro y aprovechar los estertores finales del verano al aire libre, con una cerveza fresca en la mano.

Nos plantamos en nuestro bar favorito, uno que en su puerta indica explícitamente que no aceptan menores de 18 años, y precisamente por eso está siempre lleno de chochillos adolescentes desbordantes de vitalidad. Visto el buen tiempo, optamos por sentarnos en la terraza, y disfrutar de las vistas.

Mientras admiramos el panorama, con toda la chiquillería del pueblo pasando frente a nuestras narices, aparece una limusina espectacular, se para frente al bar, y de ella se bajan dos diosas holandesas en micro bikini y un holandés con un tanguilla. En el minúsculo trapo que tapa sus impudicias ondeaba el logo de Camel, o sea el camello de la marca de cigarrillos. Se dedicaban a acercarse a los viandantes y ofrecer cigarrillos. Inmediatamente se convirtieron en el centro de atención, sobre todo de los fumadores, que se lanzaban a por los cigarros gratis como hienas sobre carne muerta. Obviamente, habían sido elegidos por la percha, porque las tías se la ponían dura hasta a Boris Izaguirre, y si estas fallaban, el adonis que las acompañaba lo conseguiría, con músculos moldeados hasta en las pestañas, y un paquete como una caja de cerveza.

Además de regalar, vendían, y al rato nos abordaron las dos viciosillas, para ofrecernos por la módica cantidad de cinco euros hacernos una foto, vendernos un paquete de cigarros, y regalarnos un mechero. El turco, con tal de oler un coño acepta hasta ir al infierno, así que la guarrilla nos hizo la foto y avitualló a mi amigo musulmán de cigarros, ¡aunque él no fuma!

El chaval lo intentó por activa y por pasiva, pero no hubo forma, y aquel témpano exquisitamente formado y probablemente rubio hasta los pelos del chichi marchó a abordar a otro par de primos.

Más tarde observamos un grupo de chicas que abordan al adonis, lo acorralan y el se pone como un gallito a repartir cigarros. En esto que una de las chavalas va por detrás de él y le baja el tanga. ¡Argh! ¡Era todo relleno! La florecilla que surgió no llenaba semejante copa de talla 100, y había usado relleno para completar el bulto. Se montó la marimorena, con todo el populacho cambao de la risa, y el colega que de la vergüenza se encendió hasta las raíces del pelo. Para que veáis que no es oro todo lo que reluce. Tuvieron que recoger sus bártulos y salir por patas, porque en aquella zona lo único que se oían eran pullas al rubio.

Andábamos en este éxtasis, mirando nuestra recién adquirida caja de cigarrillos y preguntándonos que hacer con ellos, cuando en la mesa de al lado se sientan tres chicas y un chaval. Las chicas iban con el uniforme estándar de arretranquillo. Pantalones con pata por encima del tobillo, zapatillas arco iris, con unos cientos de colores en los mismos, y top minúsculo que a duras penas cubre los tetones, y deja el ombliguillo con piercing al aire. Para completar el efecto, ojos totalmente bordeados de negro, con un efecto de ?MI MARIDO ME PEGGGGAAAA? en la cara, que parece que las han sacado del programa de desgracias en TVE (Gente). En seguida se pone al ralentí el turco, siempre al ojo de poder plantar su semilla en lo que sea. A las chavalas las acompaña un figurín de cuidado. El colega, con unas zapatillas deportivas de estas nuevas con un diseño exótico, que te hace aparentar amariconado, acompañadas de vaqueros en fase terminal, más deshilachados que otra cosa, y culminados por camisa arrugada cubierta con un pedazo de chupa de cuero, que sudábamos de verlo y que por supuesto llevaba abrochada. Cubría su pelo con un gorrito rapero.

Tenemos tanta suerte que hablan en inglés, así que nos centramos en los vecinos, y pronto logramos averiguar que el sudoroso ha conocido por internet a una de las viciosillas, la que parece controlar el cotarro, y ha venido a pasar el fin de semana desde Francia para conocerla. Su inglés es pésimo tirando a patético, aunque el trata de camuflarlo con su aire afrancesado y su parafernalia romántica. La holandesa, por otra parte, tiene ideas diferentes, y está lanzando claros mensajes de cuales son sus intenciones. Tan explícitos son sus mensajes, que el turco entra en modo turbo, y sale disparado para el baño a aliviar el pajarito (según él), actividad en la que emplea una anormal cantidad de tiempo. Mientras tanto la colega sigue a lo suyo, marcando y mostrando pezones, moviendo los pechos como si fueran molinillos de vientos, agitando el pelo, picando ojos, magreándose la barriga, tocándose el piercing, y el francés, ciego o gilipollas, porque no parece darse cuenta y sigue con su cutre historia ajeno del todo a aquel despliegue de puterío, dale que te pego con su filosofía barata. El turco vuelve a tiempo de ver la cruzada de piernas a lo instinto básico, en la que pudimos confirmar que era rubia auténtica, con una minúscula banda de tela que tapaba lo justo, y un melenón rubio, que ya quisiera para sí Camilo Sesto. Tras el cruce, el turco emigra de nuevo pa?l baño, a aliviarse nuevamente, sudando como un cochino, el francés en Babia, y Yo, allí, sufriendo por vosotros, para poder narrarlo.

Tras dos cervezas e intentos múltiples ella se rinde y se apaga totalmente. El francés aprovecha para ir al baño, y ella monta un conclave con sus amigas, a consecuencia del cual, estas desaparecen, dejándola sola. Nosotros, como la reunión fue en Holandés, suponemos que se trata de una nueva estrategia, pero cuando vuelve el oscuro objeto del deseo, ella sigue apática, y él continúa su rollo en donde lo había dejado. Mira que el tío era pesado. Dale que te pego, en una mezcla de francés e inglés, contando su historia desde la época de Nerón hasta nuestros días. Y bla bla bla ?

Andábamos nosotros ya también desinteresados cuando retornan las expedicionarias acompañadas de un M-A-R-I-Q-U-I-T-A. No hace falta tener muchas luces para identificarlo, porque la mancha de aceite en la calle hablaba por sí misma. El sarasa reinventaba la palabra hortera con un pantalón de lycra totalmente pegado al cuerpo en multiples colores, y en el que se marcaban hasta las venas de la polla y una camisilla que no cubría más allá de los sobacos.

Cede su sitio la decepcionada hembra al recién llegado, y este se lanza como un catalán sobre un billete de 10 euros. Le faltaban manos al colega para sobar al otro. Era todo remolino, hablando y moviendo manos y tocando aquí y allí y allá y acullá. El francés reacciona finalmente, respondiendo por fin a mis dudas sobre si tenía sangre en el cuerpo, y rehuye aterrorizado el ataque de semejante terremoto. Lo placa como puede, lucha valerosamente, aunque cada vez que detiene una mano, la otra entra por un sitio diferente. Nosotros estábamos muertos de risa, como las amigas de la colega, mientras el gabacho trataba de detener las embestidas y la otra lo miraba fascinado.

En un receso del atacante, el francés pregunta a la instigadora de semejante ataque por qué le han traído a semejante pajarón y se lo han echado encima, y esta responde que puesto que no respondía a sus claras intenciones, era obvio que él era GAY.

Estalló la bomba en el centro de Hilversum. ¡Maricón Yo! ¡Yo, Gay! Pero tú que te has creído zorra de miiieeeeeeeeeerdaaaaaa, puta asquerosa. Yo soy muy macho, yo soy francés, nosotros inventamos el amorrrrrrrrrrrrrrrr, a mí me gustan las mujeres más que una hostia a un cura [todo esto a grito pelado, así que si queréis darle realismo, leerlo en voz bien alta].

Yo ya no cabía en mí de gozo. Ha sido el mejor espectáculo que he visto en mucho tiempo.

Cuando el mariquita vio que allí no pintaban bastos, salió a escape, con el rabo sobre las piernas, bien marcadito, y las amigas, las Veneno, optaron por emigrar, mientras la temperatura seguía subiendo a nuestro lado, con el tipo sudando como un cochino de la rabia, tan caliente que hasta la gorra se le descolocó, y la tía que ya ni se molestaba en disculparse después de que la llamara de todo menos bonita.

Continuaron discutiendo por un rato, y finalmente ella decidió que él dormiría en casa de una de sus amigas, porque ya no era posible devolverlo a su país de mierda. Tras culminar la reyerta, arrancaron y se fueron.

En definitiva, uno de los mejores espectáculos deportivos que he visto en directo, y una tarde memorable. Aún hablamos de ello cuando nos sentamos en esa terraza?.

jueves, mayo 01, 2003

15 segundos



Primer segundo



Un lado.


Miró a su izquierda y su cerebro decidió que tenía suficiente espacio para cruzar. Era un hombre mayor, de sesenta y cinco años, pelo canoso, complexión delgada y en esos segundos previos tomó la decisión más nefasta de su vida. Sólo tenía que continuar andando unos trescientos metros para poder usar el paso subterráneo de la autovía, pero él decidió arriesgarse y cruzar los cuatro carriles en sentido Norte para alcanzar la mediana, y los tres carriles en sentido Sur a la altura de la fuente luminosa.
Una vez tomada la decisión, sólo había que ejecutarla. Tomó aire y se lanzó a correr para cruzar la carretera.

El otro lado.


Desde mi coche entro en la curva del parque San Telmo y más adelante veo que hay un hombre que quiere cruzar la autovía. Mi cerebro hace un cálculo y mi conclusión es que no tiene espacio suficiente para hacerlo. Yo me encuentro en el carril más a la izquierda, pero hay coches en todos los carriles y nuestra velocidad es de unos 80 kilómetros por hora. Se encuentra a trescientos metros de donde nosotros estamos. Veo que el hombre se lanza hacia la carretera.

Segundo segundo



Un lado.


Todo parece ir bien. Ha cruzado el diminuto arcén, ha bajado la barrera de protección para evitar que los vehículos invadan la avenida y avanza hacia la mediana con paso firme y decidido. Los coches aún se ven lejos.

El otro lado.


El hombre se lanza a la carretera. Puedo verlo. Sigo calculando y calculando y no creo que lo pueda conseguir. Parece un señor mayor. Su paso en la carretera es inseguro y su velocidad, definitivamente insuficiente. Comienzo a mirar alrededor para trazar un plan alternativo. Tengo tres coches por delante de mí y otro circula junto a mí, hay también coches siguiéndome así que las opciones son pocas. Comienzo a pensar que quizás mi percepción de la distancia no es la correcta y que el hombre pueda completar su carrera sin más problemas.

Tercer segundo



Un lado.


La carrera continúa, aunque a un ritmo relajado. Al fin y al cabo, los coches están bastante lejos y no hay por qué apurarse. Pronto alcanzará el centro del primer carril. Mantiene un ritmo constante. Su rebeca azul se mueve y le golpea en los costados. Sus gafas vibran por el trote, pero no hay porqué preocuparse ya que están sujetas con una cuerda alrededor del cuello, y en caso de caerse quedarán colgando del mismo.

El otro lado.


El hombre sigue avanzando. No va a ser suficiente. En la radio continúan dando las noticias, hablando de la guerra, vendiéndola como quien vende un coche, comentando cual si de un programa deportivo se tratara el número de muertos en el lado de los buenos, y estimando quien sabe de qué manera el número de muertos en el lado de los malos, los malvados que poseen armas de destrucción masiva que nadie encuentra, los mismos que suponen una amenaza para el mayor país del mundo y que poseen la segunda mayor reserva de crudo del mundo, crudo que se utilizará para alimentar los vehículos del primer país. Sigo dándole vueltas a lo irónico y estúpido de esta guerra mientras mi atención está fijada en el hombre que se ha lanzado a la carretera.

Cuarto segundo



Un lado.


Ya está cerca de la línea que separa los dos primeros carriles. Todo va bien. La respiración es relajada. Los vehículos parecen estar alineados en el horizonte. Quizás haya que incrementar un poco la velocidad, pero se puede hacer más adelante. Todo va bien. Todo va bien. ¿Qué le compraré a mi nieta por su cumpleaños? El pensamiento cruza su cerebro rápidamente y crea una nueva línea de acción. Sus neuronas trabajan en ello mientras todos los sistemas automáticos de su cuerpo se encargan de moverlo hacia la mediana.

El otro lado.


Un poco más cerca. Definitivamente no hay espacio. Llegará al segundo carril, pero ¿cuánto más lejos? No se le ve apurado. La radio continúa con su letanía sobre Irak. Cuando exponen a uno tan masivamente a una noticia, llega un momento en que dejamos de oírla. Nuestro cerebro se protege y lo cataloga como ruido. Pienso en cambiar de emisora…. Mejor démosles otra oportunidad, quizás hablen de alguna otra cosa. ¿Qué haré tras el desayuno? ¿Mejorará el día? ¿Podré ir a la playa más tarde?

Quinto segundo



Un lado.


El primer carril ha quedado atrás. Vamos de acuerdo a lo planificado. Hay que ser estúpido para caminar esos trescientos metros con lo sencillo que es echarse una carrerita, incluso para alguien ya entrado en años como Yo. De ésta forma gano por lo menos cinco minutos. No tengo que ir hasta el paso subterráneo, cruzar, atravesar dos semáforos y volver por el otro lado. Eso es para estúpidos y retardados, no para alguien con mi inteligencia. ¡Uhm! Que bien me siento. ¿Y qué le compraré a mi nieta por su cumpleaños? Tendré que ir por una tienda de juguetes…

El otro lado.


Seguimos todos muy juntos. No hay forma de que me quite de éste carril. Cada segundo que pasa mi coche se encuentra veinticinco metros más cerca de ese estúpido que está cruzando la Avenida Marítima. El vehículo que se mueve paralelo al mío ha hecho un amago de pasarse a mi carril. Creo que su conductor también lo ha notado. Voy a soltar el pie del acelerador para aumentar la distancia con el coche que me precede. ¿Por dónde carajo va a cruzar éste loco? ¡Dios, que no me toque a mí!

Sexto segundo



Un lado.

¡Coño! Si ya casi hemos recorrido la mitad del camino. Y los coches aún se ven lejos, aunque quizás no tanto. Mejor incremento un poco la velocidad. Más vale que sobre que no que falte. Suerte que estoy hecho todo un deportista. Las gafas continúan su traqueteo sobre el puente de la nariz. Parece que el día va a estar bueno. Quizás después me siente en la puerta de mi casa a tomar el aire.

El otro lado.


Parece una tortuga. Ni siquiera ha llegado a la mitad. No creo que pueda conseguirlo. Definitivamente no creo que lo pueda hacer. Va a estar entre el tercer y el cuarto carril…. No creo que sea Yo el que lo atropelle, pero como los dos coches que me preceden empiecen a frenar, quizás tengamos una colisión en cadena. Será mejor que me concentre a fondo. Espero que el vehículo de mi derecha no decida dar un volantazo. A mi izquierda sólo está la mediana, no tengo espacio para maniobrar. ¿Por qué no me habré quedado durmiendo media hora más?

Séptimo segundo



Un lado.


Ya he llegado casi al final del segundo carril. Mejor no mirar hacia los coches y concentrarme en seguir corriendo. Esto está chupado. Hasta un niño podría hacerlo. Unos segundos más y ya estaré en la mediana. Vaya, estoy un poco cansado. Cuando llegue a la mediana tendré que descansar un poco antes de cruzar el otro tramo. Debe ser la edad. ¡Que coño! Si todo el mundo dice que parezco un chaval. Desde que me tiño las canas estoy que me salgo…

El otro lado.


En la radio sigue la letanía sobre la guerra. Éste hombre también va a morir, o al menos va a sufrir importantes heridas. No van a ser heridas de guerra, eso es seguro. El coche que me precede está reduciendo también la velocidad… mierda, el coche que va tras de mí no me deja más espacio. Me está besando el culo, no puedo reducir más la velocidad sin chocar. Será estúpido, o quizás no ha visto lo que va a suceder.

Octavo segundo



Un lado.


Tercer carril. Quizás debería echar un vistazo para ver donde están los coches. ¡Ah, no merece la pena! Todo está bajo control. ¿Cuántas veces habré echo esto? es algo muy sencillo. Correr y correr y correr. Lo importante es escoger el punto de partida en el momento justo, y Yo nunca he fallado. Cuántas veces habré leído de gente atropellada en esta avenida con lo fácil que es cruzar. En qué estaba… a sí, el regalo de mi nieta que no se me olvide. Tengo que comprarlo lo antes posible, que su cumpleaños es el domingo.

El otro lado.


Supongo que el golpe será en el cuarto carril. Quedan unos cien metros entre él y nosotros. Voy a comenzar a hiperventilarme porque esto va a ser muy fuerte. Respiraciones rápidas y muy seguidas. El primer vehículo también lo ha visto. Ahora es él el que está frenando. Y el que va delante de mí continúa aproximándose. Yo ya no tengo espacio para maniobrar. Estoy encajonado. Y los de mi derecha continúan haciendo lo mismo.

Noveno segundo



Un lado.


¡Oh, mierda! He girado la cabeza y los coches están casi encima de mí. No voy a tener espacio suficiente. Espero que se aparten. Y no puedo aumentar mi velocidad, puesto que ya voy a la carrera. Esta chaqueta parece echa de plomo. No me permite moverme. Y esas malditas gafas, con su molesta vibración. Aún me queda un carril y medio por recorrer y ya puedo sentir los coches a mi lado. Y a qué esperan para frenar, están locos. ¡Paren! No ven que soy un anciano. No ven que ya no puedo más. No ven que si no frenan no puedo conseguirlo.

El otro lado.


He visto su cara. Ha mirado hacia aquí y se ha dado cuenta de que está de mierda hasta el cuello. Está tratando de acelerar, pero ni con esas lo va a conseguir. Y por qué trata de pegarse la chaqueta al cuerpo. Eso lo va a frenar. Será estúpido. Ya es muy tarde para apagar la radio, he de mantener las manos en el volante. Tendré que jugármelo todo con los frenos del coche, no puedo usar las marchas para reducir la velocidad.

Décimo segundo



Un lado.


¡Joder, joder, joder! He entrado en el último carril. O no, está cerca pero aún no he llegado. Voy a volver a mirar hacia los coches. ¡No hacen nada! No veo que estén frenando. Son como una barrera que avanza implacable hacia mí. Aún me queda un carril, y estoy tan cansado… mi corazón está desbocado.

El otro lado.


El primer coche de mi carril está clavando frenos. Veo el humo elevándose de la calzada. Casi puedo olerlo. El coche que va delante también está frenando para no chocar. Realiza un Zigzag al frenar tan bruscamente. Los de la derecha también están frenando. Esto es un pandemonio. De un golpe brusco enciendo las luces de emergencia. Al menos el subnormal que va detrás de mí ya se ha dado cuenta y está frenando. Los segundos ahora corren más lentos. Tengo un ojo puesto en el espejo retrovisor y otro en el coche de delante. El hombre está condenado, eso seguro. De ésta no escapa ni de coña.

Undécimo segundo



Un lado.


Ese ruido tan fuerte. Y sale humo. Por fin me han visto, están frenando. Que pare el ruido de una vez. He de seguir corriendo, he de seguir corriendo, he de seguir corriendo. Tendré que lanzarme a la mediana, no voy a tener tiempo de subir la barrera de seguridad que la separa de la carretera. Tendré que lanzarme en el césped. Si tan sólo hubiera comenzado a correr dos o tres segundos antes. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿ Por qué?

El otro lado.


Todos estamos frenando, pero no va a ser suficiente. No señor. Se multiplicaba por dos, ¿no? O sea, que a ochenta kilómetros por hora hacen falta ciento sesenta metros para frenar. Eso es por lo menos cien metros más allá del viejo. Si aún no está jubilado, hoy se gana el jubileo. Y mira su cara. Está aterrorizado, el sabe que está bien jodido. El humo que veo por detrás de mi coche deben ser mis neumáticos. Y ahora no tengo que imaginarme el olor. Lo puedo oler. Neumáticos quemados, y mira las marcas en la carretera. Como choquemos esto va a ser una pasada. Espero que el cinturón funcione. ¡Que Dios me oiga!

Duodécimo segundo



Un lado.


Cuanto hasta el coche. Veinte metros, treinta. Quizás cuarenta. No puedo más, no puedo ir más rápido. Estoy al límite de mis fuerzas. ¿Por qué no se paran? ¿Por qué siguen avanzando hacia mí? No quiero mirar, no quiro mirar. Hay que seguir corriendo, hay que seguir corriendo.

El otro lado.


De repente ya no escucho nada. Toda mi atención está centrada en el hombre. Tan cerca de nosotros. Mi cerebro ha eliminado todas las otras interferencias. Sólo lo veo a él. Parece moverse a cámara lenta. Mira que poco avanza. El impacto es inminente. Y va a ser el primer coche. ¿Tenía la radio encendida? No oigo nada. Sólo lo veo a él. Va a morir.

Decimotercer segundo



Un lado.


Estoy tan cerca del final. Quizás si pueda conseguirlo. Va a estar apurado pero mejor no mirar. Ya veo la línea que separa la carretera del arcén. Un poco más y ya habré llegado. Sólo un poco más.

El otro lado.


El impacto es inminente. El primer coche está tratando de irse hacia la derecha, pero no puede. Entre que ha clavado frenos y que hay otros vehículos es imposible. No creo ni que tenga el control completo. Este es el fin.

Decimocuarto segundo



Un lado.


Ya casi estoy, ya casi estoy, ya casi estoy, ya casi estoy… ¡Ay! Mierda, me han dado.

El otro lado.


Lo ha golpeado. Finalmente lo ha golpeado. Le ha dado con la parte izquierda del vehículo. Joder, ha salido volando. Está en el aire girando como un trompo. Con el efecto del golpe ha salido despedido. Está dando una vuelta de trescientos sesenta grados mientras continúa subiendo. Parece roto, su cuerpo tiene una forma anormal. No tiene buena pinta. Y continúa subiendo. Al menos se desplaza hacia fuera de la carretera: entre el golpe del coche y su velocidad, su trayectoria lo ha lanzado directo al arcén. ¿Hasta donde seguirá subiendo? Es increíble la velocidad como gira…. Parece que ya baja, pero sigue girando. Sigue girando.

Segundo final




Un lado.


.

El otro lado.


Sigue cayendo. Va a golpear el protector de la mediana con la cabeza. Se la partirá. Sigue girando. Eso es bueno, que gire. Quizás pueda golpear con otra parte de su cuerpo. Ya casi ha caído. Su cuerpo se está posando bruscamente en el suelo. Primero los pies, que golpean despiadadamente el bordillo. El resto del cuerpo continúa con su impulso y va a estamparse contra el césped. Parece un atleta. Parece que está realizando un movimiento de circo perfectamente sincronizado. Hay hasta cierta belleza en el movimiento, se ve tan natural, tan fácil de realizar. Y aún no oigo nada, todo mi ser se concentra en mis ojos, que parecen beberse la escena de un trago. Ha caído, finalmente ha caído. Mi cerebro libera mis sentidos y el ruido de las frenadas me golpea. Sigo frenando, sigo frenando. Los de delante ya han comenzado a echarse a la izquierda para parar los coches. Los rebasaré, no quiero quedarme junto al cuerpo.

Epílogo



El otro lado.


Nos hemos parado. Esto es un lío. Puedo oír los frenazos. Salgo de mi coche. Veo al hombre que ha atropellado al anciano correr hacia el cuerpo, tirado en el césped, inmóvil. Yo también corro hacia allí. No se mueve, no se mueve en absoluto. Será eso bueno o malo. Todo a mi alrededor parece suceder a cámara lenta. El hombre ya casi ha llegado al lado del cuerpo. Eso que oigo es un grito. Está gritando. ¿Quién grita? ¿El hombre atropellado? No. Es el que lo ha hecho. Es un grito desgarrado, de desolación infinita. ¿Qué hace? Se ha tirado al suelo de rodillas. Está levantando las manos al cielo mientras continúa con su grito, que se transforma lentamente en llanto. Sus manos parecen querer tocar el cielo. Se las lleva a la nuca y comienza a encogerse adoptando una posición fetal. Ahora sólo se notan sus convulsiones mientras llora.
Me resulta obsceno mirarlo. Es tan violenta la situación. Han llegado policías, están mirando el cuerpo, pero no lo tocan. El hombre sigue ahí, detenido en el tiempo. Tumbado en el césped junto al que lo llora, al que quizás le ha arrebatado la vida…