miércoles, noviembre 26, 2003

Temporada de caza


Existe un lugar secreto en Hilversum al que acudo con mi amigo turco. Es un antro sucio y oscuro en el que bebemos las cervezas mas baratas. Por supuesto no le decimos a la gente donde se encuentra porque su ubicación es un secreto que juramos proteger con nuestra vida. Tampoco os contaré su nombre. A pesar de ser secreto el lugar es muy popular, sobre todo entre la fauna femenina. Esa es otra buena razón para esconderlo de los pervertidos ojos de la competencia. Un macho cabrio que se precie no facilita la labor a los adversarios y quien tenga dudas que se siente una tarde a ver los documentales de la National Geographic y verá como llega a esa conclusión. La naturaleza es dura e injusta y los cotos de caza han de ser protegidos para evitar la competencia. Así que mi amigo turco de mierda y yo acudimos allí los fines de semana, a cazar. El turco esta desesperado por encontrar novia. Tiene como una fiebre que le come por dentro y que lo altera de tal manera que él se ve incompleto a sí mismo. Necesita una hembra a su lado, una unidad femenina que le permita satisfacer sus necesidades primarias. Desde que rompió con su novia vive sin vivir en sí y eso que la turca vivía en Niza y más que un noviazgo convencional era una rara sucesión espacio-temporal de polvos. Ahora que el vínculo se ha roto, su corazón se ha llenado con la necesidad de tener compañera. Así que acudimos a este santuario de la feminidad para rogar al Dios competente que colme su ansia y le provea con una media naranja.
Es llegar al lugar y el hombre se hincha como un pavo. Saca pecho, enseña dentadura blanqueada y a rondar a las bebas. Por desgracia hay algo que no hace bien porque su estrategia solo le ha deparado fracasos hasta este momento.
Él fija el objetivo en una primera fase. Busca una chocha y la centra en su punto de mira. Su estrategia es la correcta. Se fija en el aspecto físico ya que la meta es follar y para eso no hace falta descubrir la belleza interior ni cualquier otra de las mierdas con las que los mediocres que salen con un callo malayo se auto justifican. Miramos el envoltorio, juzgamos, puntuamos. Esto es como Eurovisión pero con carne. Se analiza la cantidad de celulitis, la tersura del cutis, la presencia de caspa, el equipamiento frontal (ya sabéis, que haya al menos algo que agarrar). Se controlan las caderas, el que no marquen paquete (por aqui hay mucha chica con "SORPRESA") y que la susodicha no esté rodeada por competidores masculinos. Una vez hecha la criba se pasa a la siguiente fase.
Tras la selección previa viene el abordaje. El turco es muy básico, muy directo. Él se acerca a la unidad femenina y le empeta un: "¿Follamos o qué?" Esto no le ha funcionado nunca, así que desarrolló otras estrategias: "¿Quieres tomar una copa conmigo?" [Respuesta: No, piérdete], "No hablo holandés pero estás más buena que el queso de Gouda" [mirada despectiva y espaldazo al canto], "Toa toa toa te comería toa" [Respuesta con mirada lastimosa: "No soy un sándwich, ¿sabes?"]. Ha intentado comprar cigarrillos para invitar a una fumadora, regalar copas, ofrecer su silla y en todos los casos ha cosechado un fracaso estrepitoso.
El comité de evaluación creado para analizar las causas de semejante tragedia ha concluido que en lugar de enfilar directamente el objetivo, el turco se debe dirigir a ESO que acompaña a la papaya y que es su amiga. Este sutil cambio en el protocolo de comunicación puede marcar la diferencia y encauzar al individuo en una estrategia exitosa. Los estudios demuestran que la belleza deseada responderá de una manera más amigable cuando ve que el individuo posee cualidades como la caridad y la misericordia humana, que salen a la luz cuando el tiene la deferencia de hablar con los fetos de los que la ninfa se ha rodeado. Estas conclusiones han sido transmitidas a nuestro amigo caucásico pero él sigue sin comprender por qué para follar con el individuo "A" tiene que hablar primero y perder un tiempo precioso con los individuos "B", "C" y "D" los cuales no son relevantes y no despiertan su interés.
Hemos realizado algunas pruebas, pero el amigo no parece haber captado el mensaje. Identifica el objetivo, se acerca no directamente sino derivando casualmente hacia ellas, encara a la más fea y le dice: "Mira que eres fea hijaputa, sobre todo cuando te comparamos con éste pedazo de hembra que está contigo que me la está poniendo como un mástil". Huelga decir que no cosechó una espalda, sino cuatro y un bofetón. En otras situaciones sus aproximaciones y entradas fueron demasiado violentas y truncaron el objetivo deseado.
Lo malo de todo esto es que una vez ha entrado en la lista negra de cualquiera de las chicas, la perdemos para siempre.
Os preguntaréis si existe algún defecto físico que lo marque de tal forma que haga fracasar su estrategia. La respuesta es negativa. Os diré más, ante la pregunta "Señala al turco entre estos dos individuos" el 96% de las encuestadas apuntaron hacia mí, español de pura cepa. Una descripción superficial del sujeto lo describiría de la siguiente manera:
"Individuo alto, rubio con ojos claros, con estructura facial caucásica, dentadura en buenas condiciones y dientes de buen color, pelo corto peinado con la raya a un lado, de complexión deportista-venido-a-menos, ni delgado ni gordo y andar desgarbado. Viste ropa de marca, casualmente descuidada, compuesta de pantalón vaquero de 200 euros, modelo muy exclusivo y comprado en una tienda que garantiza que todos y cada uno de sus empleados es un pedazo de maricón. El vaquero es usado por supuestísimo sin cinto y dejando ver los calzoncillos. Lleva camisa ligeramente arrugada, proceso que toma unas horas porque hay que plancharla previamente para poder arrugarla más tarde. La camisa es de una exclusiva tienda francesa que no realiza más de cinco unidades de cada modelo".
Con el chaval vestido de esta guisa, con dinero en el bolsillo, un trabajo interesante bien remunerado, casa y coche propio no hay justificación posible para su soledad. Reunido el comité de expertos, hemos concluido que su cultura (o incultura) musulmana es el principal obstáculo para enganchar una chorva europea.
Como comprenderéis no nos vamos a rendir por un quítame allá un moro de mierda y ya hemos diseñado un nuevo plan de acción, aunque me temo que tendréis que esperar a una futura comunicación para averiguar el desenlace.

lunes, noviembre 24, 2003

Una historia de miedo


1. Un comienzo


Los chicos iban a patinar todas las tardes al parque Santa Catalina. Les gustaba por las amplias superficies que allí había, sin vehículos, sin obstáculos, sin niños pequeños ni estúpidas madres que les echaran la bronca cada vez que se aproximaban a sus pequeñas alimañas. Además, el parque se dividía en zonas. Estaba la parte trasera, desierta, con poca iluminación por las noches, rodeada por un descampado en donde los mendigos gastaban su sueño. Lindaba con el muelle, al que se podía llegar desde allí, lo cual era otro aliciente. Se podía patinar por toda esa zona, salvo la franja más próxima al descampado, en donde el olor de la orina y de las heces de los mendigos, no aconsejaba acercarse.
En la parte delantera se ponían los skaters. A ellos les gustaban los paterres con cemento, que simulaban rampas y que les permitían realizar sus filigranas. Los patinadores también subían por esas rampas, pero como todos sabemos, ambos grupos no se llevan muy bien, así que preferían la parte trasera del parque para sus reuniones. La unión entre ambos mundos era a través de un pasadizo que cruzaba entre dos antiguos edificios remozados. Uno era el Elder y el otro Miller. En uno habían hecho una amplia plaza cubierta, que, como posteriormente se descubrió, sólo servía para que durmieran los mendigos, por lo que el ayuntamiento se vio obligado a poner verjas en sus puertas y cerrar la plaza convirtiéndolo finalmente en una inmensa e inútil mole de añejos ladrillos con algo que, la elite intelectual y posiblemente estúpida de la ciudad, denominaba solera. El otro era un museo de las ciencias y un minúsculo aparcamiento subterráneo, diseñado para asegurarse de que los incautos que caen en sus fauces estampen sus coches contra alguna de las múltiples columnas.
Ese día los muchachos llegaron un poco más tarde que de costumbre al parque. La culpa la tuvo el fútbol. Daban un partido por la tele y no se lo quisieron perder. Después de que hubo acabado se reunieron y tiraron para el parque. Eran un grupo heterogéneo. Cinco amigos, cuatro chicos y una chica, audaces y despreocupados. Todos tenían patines con ruedas en línea, aunque unos llevaban las cuatro ruedas, y otros, por fardar, sólo llevaban dos, las más exteriores, según ellos eso les daba mayor velocidad y mayor control, según las malas lenguas eran como los catalanes y lo hacían sólo por ahorrar, ya que así cuando se les desgastaban las dos ruedas, tenían de repuesto las que habían quitado. La chica parecía la más responsable por lo menos era la que menos se la jugaba a la hora de inventar nuevas piruetas o de repetir las que los otros habían realizado. Su edad, así como el ejercicio, le habían moldeado un cuerpo bonito y ella, que lo sabía, no dudaba en usar ropa que lo resaltara. Aquel día parecía la Nancy patinadora. Llevaba sus rodilleras y las protecciones de las manos a juego con la ropa que se había puesto. Ellos no resaltaban precisamente por el cuidado en el vestir. Tampoco les hacia falta. Eran jóvenes y aún no habían llegado a la edad en que hay que preocuparse por el qué dirán.
Entraron al parque desde la calle de los bancos y una vez llegaron a él, dieron una vuelta alrededor de los skaters, para ver qué hacían y quienes estaban hoy y después enfocaron el pasadizo entre los edificios. Al cruzarlo, comenzó el ritual de dar unas cuantas vueltas antes de sentarse a hablar. Uno de ellos iba patinando hacia atrás, alardeando de su dominio sobre los patines. De repente uno de sus patines pasó sobre algo que lo frenó en seco y que produjo un sonido muy extraño. Perdió el equilibrio y casi no pudo recobrarlo. Una vez se hubo recuperado, se detuvo y se acercó a lo que había pisado. Supuso que sería una mierda de perro. Era muy habitual que los insolidarios dueños cuando sacaban sus animales a hacer sus necesidades no las recogieran. En esta ciudad, o quizás en todas las ciudades, pocos son capaces de discernir lo fácil que sería mejorar la calidad de vida con esas pequeñas acciones. Cuando llegó a su lado, se dio cuenta que era algo raro. Estaba rodeado de líquido rojo parecido a la sangre y era como una pequeña masa blanquecina. Se agachó a mirarla y entonces comprendió lo que era. Un ojo aplastado lo miraba desde el suelo. El patín lo había destrozado, pero aún se podía reconocer lo que era. Un sudor frío le recorrió el cuerpo. Se quedó allí, mirándolo, sin saber qué decir o qué hacer. Los otros, al comprobar que no iba con ellos y que estaba agachado mirando algo muy interesado, se acercaron. Él no les dijo nada. Cada uno lo descubrió por sí mismo. Cuando se oyó el grito, el chico, que se llamaba Juan, supuso que era ella, Susana, la que se había puesto a gritar. Sin embargo, al levantar la vista, vio que ella sólo lloraba mientras que el que estaba preso de un ataque de histeria era Pedro. Había perdido el equilibrio y había caído al suelo en donde seguía gritando. Sus gritos atrajeron la atención de otras personas que estaban en el parque. Por fin, Juan reaccionó.
- No os mováis. Voy a avisar a la policía, quedaos aquí.
Salió patinando hacia el edificio de protección civil, que estaba en el otro lado del parque.
Susana se acercó a Pedro y lo sacudió. Eso pareció tranquilizarlo. La gente que estaba en los alrededores se estaba acercando a ver qué pasaba. Es curioso como cualquier atisbo de problema atrae siempre a las multitudes. Nos regodeamos en el mal ajeno. Se comenzó a formar un círculo alrededor de los chicos, que permanecían allí, custodiando el ojo aplastado, mientras el público circundante elaboraba las primeras versiones y los que iban llegando, a partir de informaciones sesgadas intuidas al espiar las conversaciones ajenas, comenzaban a plantear exóticas historias para explicarlo.
Finalmente Juan apareció acompañado de un par de guardias municipales y de personal de protección civil. Los policías, después de mirar el ojo, avisaron por sus emisoras y comenzaron a dispersar a la gente. Por supuesto eso produjo el efecto contrario. Ahora, venía gente de las terrazas del parque, curiosos ansiosos por saber. Los cinco muchachos fueron aislados del resto. Tenían que declarar. Aparecieron nuevos policías que comenzaron a rastrear el parque en busca de nuevos restos. Trajeron perros, aunque fueron inútiles. Esos animales están acostumbrados a buscar droga, no partes de seres humanos. Los mendigos, que ya habían tomado posesión de la trasera del parque fueron expulsados en bien de la investigación. Curiosamente llegó una ambulancia. ¿Para qué? El ojo cupo en una pequeña bolsa, pero, por razones burocráticas, ese traslado se tenía que hacer en una ambulancia.
Comenzó la tertulia. Hasta que no llegase el juez de guardia, no se podía levantar el ojo. Y a los jueces de guardia les gusta hacerse esperar.

El trámite en la comisaría se hizo eterno. Primero la espera en el parque y luego las interminables sesiones de preguntas, siempre las mismas, siempre en el mismo orden. Ellos querían saber, pero los chicos no tenían respuestas. Encontraron el ojo casualmente, por azar, por estar en el lugar inadecuado en el momento inoportuno. Pudo ser cualquier otra persona pero fueron ellos.
Las preguntas se repetían sin cesar:
- ¿Qué hacíais en el parque?
- ¿Quién lo vio primero?
- ¿Lo habéis tocado o cambiado de sitio?
- ¿Visteis a alguien sospechoso en el lugar de los hechos?
Una y otra vez a todos juntos y por separado. Susana lo estaba llevando bastante bien. Sólo le preocupaban sus padres que ya habían sido avisados. Su madre debía estar al borde del colapso sabedora de que su hija estaba en comisaría. Se turnaban dos policías para hacerle las preguntas. Parecían jugar a poli bueno / poli malo. El primero la comprendía y se mostraba como un amigo y el segundo la ponía al borde de las lágrimas. Ella soportaba con paciencia el proceso, preguntándose cuanto tardarían en darse cuenta de que no sabían nada.
Tras una eternidad los dejaron marcharse. Los padres de todos estaban en la sala de espera. Fue como en las series de televisión, con abrazos y besos. Susana se sorprendió mucho porque sus padres nunca la abrazaban y hoy era como si hubiera escapado de una muerte segura. Camino del coche comenzó el interrogatorio familiar. Querían saberlo todo. Lo que pasó en el parque y lo que pasó en la comisaría. Ella ya no quería hablar, solo quería que la dejaran en paz pero sabía que si no respondía no pararían de preguntar y la falta de respuestas traería también recelos y sospechas. Así que contestó, les contó lo mismo que a los polis, que no sabía nada, que Juan pasó con sus patines sobre el ojo y que eso fue todo. No estaba segura de haberlos convencido pero a ellos les molestó más su descripción del interrogatorio en la policía y su impresión de que la habían tratado como una delincuente y no como una testigo.
Al llegar a su barrio en la Isleta le sorprendió que todo el mundo estuviera en las puertas mirando, viéndoles llegar. Estaban a la expectativa hasta que la novelera oficial del barrio, Julia, se acercó a preguntar y ejercer su oficio. Por supuesto no se dirigió a ella sino a su madre. Ella ya había sido juzgada y condenada.
-¿Cómo se han enterado? – preguntó a su padre.
- Ha salido en las noticias. Pusieron un plano del lugar y salíais vosotros. No han parado de llamar y de venir a preguntar. Y esa Julia me saca de quicio.
Al menos su padre pensaba como ella.
-¿Y han dicho algo por la tele?
- No. Sólo que apareció un ojo y que vosotros lo encontrasteis. El juez ha declarado el secreto de sumario pero en la tele dijeron que la policía estaba rastreando los alrededores.
Volvió a concentrarse en sus pensamientos mientras notaba todos los ojos fijos en ella. Avanzaba lentamente hacia su casa junto a su padre. Su madre quedó atrás, más interesada en ser el centro de atención del barrio ese día. Estaba en su salsa.
Mientras caminaban recordó que los policías le habían pedido que apagara su móvil. Lo sacó del bolsillo y lo encendió. No habían pasado ni veinte segundos cuando empezó a sonar. Era Juan.
- ¿Te has enterado de que hemos salido por la tele?
- Sí.
- Es increíble, ¿no? Dicen que están buscando el resto del cuerpo en los alrededores.
- Sí, lo sé – dijo ella.
- Estás muy lacónica. ¿No puedes hablar?
- No, ahora no puedo.
- Vale, te llamo luego.
Acabó su conversación y su padre le preguntó quien la había llamado. Se lo dijo. Su padre era diferente, a él se le podían decir las cosas.
Llegaron a casa y él se fue a la cocina a prepararle algo de comer. Ella se sentó frente a la tele, sin saber que hacer. Las noticias ya habían pasado. Se sentía extraña, como ausente. Esto debe ser lo que denominan “shock” en la tele. Era como si pudiera verse desde fuera. Recordaba el ojo allí en el suelo, aplastado y Pedro dando gritos. Recordaba la sensación extraña que tenía en el estómago al ver aquella pequeña pieza fuera de su receptáculo habitual, olvidada por alguien que no le daba importancia. La sangre y el daño que sufrió el ojo no le permitieron ver el color, pero recordaba que lo intentó porque a ella le gustan los chicos con los ojos verdes. Ahora que pensaba en ello, en la comisaría nunca les dijeron el color del ojo.
Sintió una necesidad imperiosa de saber este dato y se prometió a sí misma que más tarde llamaría a los chicos y les preguntaría. Hizo un esfuerzo por recordar pero sólo conseguía visualizar el globo machacado en el suelo con un poco de sangre a su alrededor y a Pedro histérico gritando.
Su padre apareció en la puerta con la comida. Ensalada y una tortilla francesa. Se sentó al lado de ella mientras comía, sin hablar. No hacía falta, no había nada que decir.

2. Otro comienzo


La música era el único sonido que se escuchaba en la casa. Todas las luces estaban apagadas, a pesar de lo cual una suave penumbra rodeaba las distintas habitaciones, fruto de una enorme luna llena.
Unas risas acompañaron el ruido de la cerradura al abrirse la puerta. Las risas siguieron su camino hasta la cocina. Allí se tornaron en un grito desgarrado seguido por el rápido tumulto de pasos apresurados hacia la entrada de la casa. Ahora ya no había alegría, sino llanto. Se distinguía una voz masculina aunque quejumbrosa y afeminada en su tono rasgado por la sorpresa y el pánico. La otra voz, femenina, parecía más firme y trataba de imponerse y calmar el ambiente. Entonces fue cuando notaron el sonido de la música. De repente todo fue como al principio. Sólo los suaves acordes de la melodía acompañada por una voz que buscaba nuevos sentidos al vulgar instinto del amor. La pareja llegó a un acuerdo. Él llamaría a la policía y ella husmearía la casa por si todavía había alguien dentro.
Se separaron. Para ella fue un alivio. Siempre había creído que su amor por él era verdadero pero se descubrió pensando en cuánto lo despreciaba por la forma en la que había reaccionado ante esta situación. Ya nada sería como antes. Avanzaba a hurtadillas por el pasillo con todos sus sentidos alerta, tratando de escuchar el más mínimo roce procedente de cualquiera de las habitaciones, aunque los gimoteos de él al teléfono tratando de explicar a la policía lo que había visto no la ayudaban demasiado. Había un olor peculiar pero no conseguía identificarlo. Le pareció extraño no encender las luces en su propia casa, como si estuviera haciendo algo malo. Llegó al cuarto del ordenador, de donde provenía la música. Notó que estaba pisando líquido, de hecho casi perdió el equilibrio al resbalar sobre este. La pantalla del ordenador brillaba con la imagen de la playa tropical que tenían como fondo de escritorio y eso daba un aspecto más siniestro a la habitación, inundada de tonos azules. Comenzó a descubrir los macabros detalles. En la alfombrilla del ratón había una cabeza que parecía mirar hacia el monitor. Por el suelo habían esparcidos restos aunque no podía precisar de cuantos humanos. También había algo que se parecía remotamente a un perro pero totalmente empapado en lo que supuso que era sangre. Entonces fue cuando se dio cuenta del hedor que había en la habitación. Ahora sí logró identificar el olor. Apestaba a sangre, a ese dulzón aroma que inunda los mataderos. Le vinieron a la memoria imágenes de una vez en la que había visitado con el colegio, siendo niña una granja y en el paseo por las distintas instalaciones habían estado en el matadero. Aunque no estaban matando ningún animal cuando lo visitaron y a pesar de que todo parecía muy limpio, el olor de la sangre era muy acusado. Así es como apestaba aquella habitación. No se le ocurrió encender la luz. Quizás fuese mejor así. Al menos con la luz apagada la carnicería que parecía haber ocurrido en su casa no se mostraba en todo su esplendor. Su casa, ese lugar que hasta ese momento había considerado su hogar pero en el que no quería volver a pasar ni un instante más de los precisos. Volvió a la entrada. Él seguía gimoteando. Ya había acabado de hablar con la policía. Pensó en contarle lo que había visto en la habitación pero no estaba dispuesta a soportar otro ataque de histerismo. Al menos todavía. Los segundos parecían regodearse en su corta vida y transcurrían demoledoramente lentos. Podía sentir como cada instante se alejaba. Finalmente el sonido de la sirena policial rompió el embrujo del momento y todo pareció volver a su forma natural. Salieron juntos a recibirlos en la puerta.

Como él estaba tan alterado fue ella la que les explicó la situación. Les contó lo que había encontrado en su expedición por el interior de la casa. Esto provocó un nuevo acceso de gemidos del hombre al que uno de los policías se llevó hacia su coche. Ella entró con el otro agente a la cocina. El policía deslizaba su saber profesional por la estancia. Curioseó tratando de no tocar nada y preguntó a la mujer por lo que pudieran haber tocado al entrar. Con cuidado se puso un guante y abrió la nevera. En su interior había una bandeja llena de carne. Si se observaba con atención se podía ver que eran corazones. También había más vísceras. Todo el compartimiento de las verduras estaba lleno de tripas. Fuera de la nevera el panorama no era mucho mejor. Había dos cuerpos apilados sobre la mesa, degollados, aunque no había sangre en el suelo. Con la luz encendida la escena era dantesca. Aquello parecía el decorado de una de esas películas de terror que tanto le gustaba ver.
El policía se asomó al cuarto de la lavadora. Por allí las cosas no estaban mejor. Un montón de restos copaba la pileta y tanto la lavadora como la secadora parecían escupir su macabra carga sobre el suelo. Incluso el agente comenzaba a ponerse nervioso. Un espectáculo como este seguro que no se encuentra todos los días. Siguieron el pasillo al cuarto del ordenador. Por el camino abrió la puerta del baño y descubrieron un cadáver que estaba desangrándose en el plato de la ducha. Otro yacía degollado sobre el lavamanos de tal forma que parecía que se había quedado dormido al lavarse la cara. En la habitación de invitados, sobre las dos camas, dos cadáveres más se encontraban boca abajo aparentemente descansando. Lo anómalo en estos cuerpos era que sus cabezas estaban giradas 180 grados y miraban hacia el techo con un rictus de terror absoluto en sus caras. Ahora ella y el policía iban muy juntos avanzando por el pasillo preparándose para las dos habitaciones que quedaban. El cuarto del ordenador, del que salía la música, ya había sido visitado por la mujer, que prefirió quedarse en la puerta mientras el pobre hombre, que comenzaba a descomponerse, echaba un vistazo. Sólo les quedaba el dormitorio principal con su cuarto de baño. A ella le cruzó un fugaz ruego por su cabeza. “Mi ropa no, Dios Mío”. Abrieron la puerta. Parecía que al menos aquella habitación se había librado de la matanza. Encendieron la luz. Entonces lo vieron. Las paredes estaban totalmente pintadas con sangre. Lo mismo que las cortinas. Siguieron hasta el baño del dormitorio. Allí, un cadáver estaba sentado en el retrete mientras dos más se abrazaban en la bañera aparentemente bañándose en su propia sangre. El espejo del baño estaba roto cruzado por una grieta que dejaba ver los azulejos de la pared.
Después de ver la escena, sin decirse ninguna palabra, se miraron y retrocedieron hasta la puerta de entrada de la casa. El policía fue hacia el coche y le dijo a su compañero que solicitara refuerzos, muchos refuerzos. La noche acababa de comenzar y se prometía movidita.

Cuando llegaron los forenses a investigar y recoger los despojos ya se habían congregado un buen número de policías en la casa. Todo el que estaba libre se había acercado a ver el espectáculo. También en la calle una multitud de curiosos se mantenía tras las líneas que puso la policía. El juez de guardia, tan remolón cuando se trata de acudir a servicios nocturnos, movió el culo y apareció temprano cuando le comentaron la gravedad del incidente. Varios equipos trabajaban en la obtención de huellas y en la búsqueda de indicios que permitieran localizar a los responsables de semejante matanza. Todos andaban muy alterados salvo el jefe de policía, que parecía más preocupado en el aspecto que tendría cuando las televisiones lo entrevistaran. Estas ya se habían apostado detrás de las líneas y trataban de conseguir información sondeando a sus contactos.
El jefe de policía se acercó a uno de los forenses para enterarse de las últimas cifras:
- ¿Cuantos cadáveres han aparecido?
- Entre 10 y 30 cuerpos - fue la lacónica respuesta del hombre
- El margen es muy amplio, ¿no puede ser más específico?
- Los cuerpos están desmembrados y desperdigados por toda la casa. Hemos encontrado sangre y vísceras en prácticamente todas las habitaciones, en paredes y techo, dentro y fuera de los electrodomésticos del hogar. No le puedo dar un número preciso porque tendremos que ver si los miembros sueltos pertenecen a uno o a más fallecidos - precisó el hombre. No se sentía a gusto con este trabajo. Lo normal era tener un cadáver, quizás un par pero esto era definitivamente demasiado. Nunca pensó que pudiese haber una mente tan enferma en el mundo.
- Está bien - dijo el policía. Al menos me podrá decir cuando han muerto más o menos.
- No.
Visto que el hombre no iba a darle información el jefe se preparó para una rueda de prensa sin detalles concretos. Se acercó al juez de guardia y le preguntó si iba a declarar el secreto de sumario. La respuesta afirmativa de éste le simplificó mucho las cosas. Al menos ahora no tendría que preocuparse por dar información. El secreto de sumario le salvaría de su ignorancia. Miró hacia la ambulancia que estaba cerca de la entrada. Allí estaban tratando de calmar a los dueños de la casa. Resultaba increíble que esta gente se hubiese ido a ver una película al cine y durante ese corto espacio de tiempo alguien preparase esta matanza. Tuvo que ser una banda organizada. Sin embargo aún no habían encontrado una sola huella. Era como si esa gente hubiera estado flotando todo el tiempo mientras realizaban su macabra composición. No había pisadas ni manos en las paredes o el suelo. Nada de nada.
Fue hacia la cocina manteniéndose en el camino que habían marcado en el suelo. Un grupo de forenses estaba analizando la carne que había en la nevera. Cogían cada pedazo y lo metían en una bolsa con una etiqueta identificativa. Habían traído un montón de neveras para ir metiendo en ellas lo que encontraran. Las tripas que se encontraban en la cesta de las verduras pertenecían a dos individuos. El resto no estaba tan claro. Los tres hígados que había en la nevera y los dos corazones podían pertenecer a cualquiera de los otros cadáveres que había en la casa.
Un forense le tomaba fotos a todo con una cámara digital. Lo hacía metódicamente tratando de no dejar nada sin fotografiar. Más tarde, cuando estuvieran analizando todas las pruebas, esas fotos tendrían su importancia. El destelleo del flash tenía un efecto hipnotizador. Otro forense tenía una cámara de vídeo e iba de habitación en habitación grabando, sin detenerse en los detalles. Todos se movían como un ballet, con movimientos lentos y calculados para no estropear pruebas. Parecían revolotear alrededor de los cuerpos y la carne pero sin querer tocarla. El juez de guardia se mantenía por detrás de ellos mirando preocupado. Esta iba a ser una noche muy larga.

jueves, noviembre 20, 2003

He vuelto


Ha pasado bastante tiempo desde que actualicé el Web o el Blog, pero YA ESTOY AQUÍIIIIIIIII Próximamente comenzaré con las historias de nuevo, y con las fotos (tengo cientos). Por ahora os tendréis que conformar con las críticas de cine, que ya he puesto al día. Tenéis dos nuevas páginas, las correspondientes a los meses de
Octubre y Noviembre.